En Argentina pasan cosas raras. Y acá no se va a hablar sobre la ya trillada pelea entre la AFA y el Gobierno por el ingreso de las SAD. Tampoco de la extemporánea y vergonzosa abolición de los descensos o de la apurada reelección de Claudio Chiqui Tapia. Ni siquiera hay que meterse en los arbitrajes y el lado oscuro de la ley que asoma en todas las categorías cada fin de semana. El tema es lo que pasó en el duelo entre Deportivo Riestra y Vélez. Y no. No se hablará del líder del campeonato y de la pelea por el título de la Liga Profesional. Se hablará de Iván Buhajeruk, más conocido como Spreen. Y de una trama que encierra lo peor del fútbol campeón del mundo.

Ante todo hay que hablar de Spreen porque no es normal que un influencer de 24 años juegue un partido de Primera División -o de cualquier categoría profesional-. Y más anormal es que lo hiciera sin tener ningún tipo de experiencia en divisiones inferiores. Por más que estuviese correctamente inscripto en el COMET -el sistema que registra a los futbolistas bajo contrato- o por más que tuviese el apto físico que requiere un deportista de alto rendimiento, un tipo común -en este caso uno de los influencers con más visualizaciones del mundo- no puede ni debe competir cuerpo a cuerpo con un atleta que se entrena todos los días. El riesgo es enorme. Puede sonar exagerado. Pero hasta la vida está en juego.

Spreen finalmente jugó. Estuvo 78 segundos en cancha. Sacó Vélez del medio y a los 12 segundos Pedro Ramírez bajó intencionadamente a Thiago Fernández. Era para amarilla. Pero el árbitro Luis Lobo Medina, acostumbrado a muñequear partidos on demand, se hizo el distraido. El streamer, que tenía una cinta cubriendo el aro que usa en la nariz -fuera de reglamento por seguridad física- y un vendaje en la rodilla derecha, no sabía bien para dónde ir y hasta osó formar parte de la barrera.

Pero la infracción no sólo fue para frenar el ataque. «Cambio, cambio», gritó Cristian Fabbiani, DT cómplice de la movida. Y así fue cómo se acabó el partido para el fenómeno de Twitch -tiene casi 10 millones de seguidores-. Le dejó su lugar a Gustavo Fernández y, tal vez, se despidió del fútbol profesional para siempre.

Nobleza obliga: aunque estuvo en cancha, Spreen no jugó. No tocó la pelota. Esa decisión fue lo único que rozó la normalidad en todo este circo.

«Hemos sido engañados», soltó un compañero de la redacción cuando el chico dejaba la cancha. También estafados. Víctor Stinfale, abogado mediático ligado a la AFA, empresario y patrón del fútbol del club del Bajo Flores, podrá decir misión cumplida. Logró su cometido. Que todos hablaran de ellos. Fue una movida marketinera redonda. Para el club y sus intereses, claro.

“Lo único que sé es que Iván vende latitas y a mí me paga la latita. Entonces, que venga”, se había sincerado tiempo atrás Fabbiani. El sponsor de Riestra, una bebida energizante que distribuye una empresa del gerenciador del Malevo (¿sociedad anónima encubierta?), recorrió el mundo. La noticia también se viralizó. Pero hubo algo demasiado espurio: una casa de apuestas online promocionó durante un buen rato una jugada sobre si el influencer arrancaba o no el partido. Pagaba 2,5 pesos por cada peso invertido. Si eso pasó los filtros de los entes de control, alguien se enriqueció y mucho con esos 78 segundos.

¿Y el fútbol? ¿Y eso que decía Maradona de que la pelota no se mancha? No hace falta más hipocresía. La pelota está tan manchada que ni siquiera se puede tener certeza que debajo de tanta mugre hay una pelota. Lejos de intentar hacer historia y buscar llamar la atención, como fue el caso del nene Mateo Apolonio que debutó en la Primera de Riestra con 14 años y 23 días en un duelo por Copa Argentina contra Newell’s -al final se descubrió que no fue récord-, lo de Spreen fue otro cachivache.

No sólo pasan situaciones raras en el fútbol campeón del mundo. Pasan cosas que no deberían pasar. Y que alguien debería investigar.



Fuente Clarin

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