La que empieza será la crónica de un diario de no viaje, la reseña de una oportunidad histórica perdida. Se sabe que la distancia suele funcionar como sinónimo de nostalgia en la vida de la mayoría de los habitantes de este planeta. La lejanía pone en zoom a todas las emociones, las exagera. En lo profundo se extraña y se siente más.
La idea era viajar de Lyon -donde la Selección Sub-23 jugó su último partido ante Ucrania- a París para intentar cubrir la final del BMX freestyle que tendría a José Torres Gil como protagonista y que comenzaba a las 14:32. «Hay altas chances de medalla», sugirieron los especialistas de la redacción.
La misión no parecía imposible teniendo en cuenta que el tren de alta velocidad (TGV) salía a las 10 y que hace el recorrido (470 kilómetros) en apenas 2 horas. Impresiona la velocidad que toma la máquina: puede alcanzar sin problemas los 320 kilómetros por hora. Pero los tumultos no suelen aportar buenas noticias y la estación era un caos de gente yendo y viniendo y el murmullo se hacía pesado en el caluroso aire. Sí, los servicios estaban cancelados; sí, en Europa también sucede.
Al rato, llegó la información de que un enorme árbol había caído sobre una de las formaciones. Más: desde las 8 que no salían los trenes. “Estamos trabajando para solucionar”, explicaba uno de los muchos trabajadores de la empresa SNCF.
Los minutos se fueron convirtiendo en horas y la posibilidad de estar en un momento histórico para el deporte argentino se iba apagando. Crecía la bronca, entonces. Y las emociones nostálgicas. ¿Cuánto más serviciales son los argentinos que los franceses y tal vez los europeos? Sucede algo especial con las personas de Francia: no tienen paciencia para tratar de entender lo que se les dice. Apenas hablan inglés, casi ninguno castellano. Pero no se esfuerzan en nada por intentar ayudar. “No comprendo”, sueltan y se van sin más.
Otra cuestión que agiganta la lejanía es la notable señalética de los trenes y los subtes en nuestro país. Acá, en París y en Lyon, cuesta bastante agarrale la mano a los recorridos. Así que nos podemos colgar otra medalla.
Luego de horas de incertidumbre y espera, no hubo más que pensar en retornar al hotel y postergar el viaje para el día siguiente. La determinación sucedió en el momento en el que el Maligno empezaba con sus saltos dorados en el aire de París, el lugar del presunto destino final. El WI-FI gratuito de la estación (en esto nos ganan) sirvió para conectar la VPN. Un curioso francés se acercó a preguntar algo y un argentino se sumó a mirar la pantalla. Era de Tucumán y pretendía llegar al partido de vóley de Argentina contra Japón. Torres realizó su primera vuelta con 94.82. Hubo un festejo mesurado.
Lo que siguió se vivió bajo los efectos de la distancia. Porque cuánto más lejos, más argentino. “No entiendo nada”, decía el tucumano. Pero no había demasiado por entender: solo había que soltar todos los kiricochos del mundo cuando salían los otros participantes y esperar.
La celebración del oro no fue desmesurada. Un “vamos” potente y varios aplausos provocaron la atención de los muchos que seguían preguntando qué hacer con sus pasajes y con sus vidas. Lo que debió suceder en Plaza de La Concordia de París, ocurrió en la estación Part-Dieu de Lyon. Igual, estuvo buenísimo. ¡Maligno viejo y peludo, nomás!