Sucedió el 25 de enero, apenas hace cuatro meses y medio, pero el calendario del fútbol tiene un ritmo voraz. Fue durante la presentación de los refuerzos, tres días antes del partido ante Unión. Como si se tratara de un político, Gustavo Costas agitó a la masa celeste y blanca. Y su arenga abrió paso a una estruendosa ovación.
“Hoy podemos competir, hoy tenemos que ir por algo grande, porque ustedes lo quieren, porque nosotros lo queremos, y hay que exigirnos. Me puse la vara muy alta, dirán. El que me conoce bien, sabe cómo soy y digo siempre la verdad. Para mí, era más fácil decir ‘vamos a ver, vinieron muchos jugadores, vamos a armar el equipo…’ No, desde el primer día, como les dije a mis jugadores, ‘desde el sábado, empiezan las finales y las finales no se juegan, se ganan«.
Costas no es un congresista, está claro. Es hincha de Racing desde que nació, fue la mascota del equipo de José, cumplió el sueño del pibe de vestir los colores del club de sus amores y hasta fue campeón de un torneo internacional (la Supercopa 1988), esa ilusión que se persigue hace siete lustros. Esta es su tercera etapa al frente del equipo y, por primera vez, no tendrá espacio para las excusas, más allá de que nunca –y lo dice el propio entrenador– se esconda detrás de ellas.
Dirigió el equipo de la quiebra, cuando había que pedirle permiso al juez Gorostegui para poder jugar. Se hizo cargo del plantel en la segunda –y peor- etapa del gerenciamiento, cuando empezaba a derrumbarse Blanquiceleste S.A. Y durante 17 años esperó una nueva oportunidad. El presidente Víctor Blanco, después de muchas cavilaciones, al fin aceptó repatriar al hijo pródigo que había triunfado en el exterior, pero nunca había sido profeta en el banco de Mozart y Corbatta.
Costas por fin pudo dirigir una versión muy distinta del Racing que conoció. Saneado institucional y económicamente, con un plantel rico en cantidad y calidad de jugadores y hasta se dio el gusto de elegir en una carpeta de opciones. Hubo un gran acierto: Maravilla Martínez hizo 16 goles. El técnico, en ese sentido, podrá golpearse el pecho.
Sin embargo, Costas se transformó en un esclavo de sus propias palabras. Se puso la vara alta y no está logrando cumplir con esas expectativas. Entonces, ese aura de emblema con el que llegó empieza a desvanecerse a bordo de los fracasos y los papelones de su equipo.
Si se propuso ganar dos de los cuatro títulos de la temporada, ya está mucho más exigido porque le quedan dos torneos por disputar. Quedó afuera de los cuartos de final de la Copa de la Liga, muy a pesar del sprint final, y fue eliminado de la Copa Argentina por Talleres de Remedios de Escalada, un rival de la Primera Nacional. Por eso ya no tiene margen de error.
La derrota con Bragantino lo deja obligado a vencer a Coquimbo y Luqueño en el Cilindro y tiene cuatro fechas, antes del parate por la Copa América, para enderezar el rumbo en un campeonato que arrancó con un resultado difícil de digerir. Racing le ganaba 4 a 1 a Belgrano y empató 4 a 4 con tres goles recibidos en solo ocho minutos.
Hasta este párrafo no se habló del juego. En definitiva, poco parece importar si “las finales se ganan”. Ahora bien, ¿qué propone el Racing de Costas? El equipo tiene vocación ofensiva, pero el golpe por golpe necesita una mano fuerte de entrada o indefectiblemente terminará en la lona. Es cierto que ganó más partidos (11) de los que perdió (7) y que el porcentaje de puntos obtenidos (56%) está por encima de la media. También, que marcó 41 goles (promedio de un gol por encuentro). Sin embargo, tuvo muchos desniveles. Y nunca pudo ganar un partido que comenzó perdiendo. El domingo no fue la excepción.
La identidad es difusa. Por momentos, es directo. En otras oportunidades, acumula demasiados pases. Tiene delanteros contundentes, pero falta continuidad en la elaboración del juego y sufre desacoples defensivos. No todo es responsabilidad de Costas, claro. No tiene la culpa del pase de Ignacio Galván que derivó en el tercer gol de Franco Jara, pero sí fue el técnico quien decidió su ingreso. Hizo demasiados cambios cuando el partido estaba cocinado.
La mecha del hincha es muy corta. Y así como se criticó a Fernando Gago, especialmente por ese 2022 en el que fue protagonista (sumó 80 puntos), pero quedó afuera de la Copa de la Liga, la Sudamericana, la Copa Argentina y se le escapó el título en la última fecha por el penal errado por Jonathan Galván (sí, otro Galván), lo mismo le cabe a Costas. La exigencia que él mismo le pidió a la gente, la que el propio Gustavo –que también supo estar en la tribuna- le reclamaría a otro entrenador. Porque, en definitiva, el escudo está por encima de los nombres. Entonces, el cambio debe ser profundo, rápido o el horizonte del técnico será demasiado breve para una relación con tanta historia.