Rosario Central transita la difícil tarea de mantenerse en eje mientras su nombre se salpica con sangre. Dos asesinatos a la salida de la cancha tras el partido ante San Lorenzo -nada menos que el del líder de la barra brava y su lugarteniente-, tienen al Canalla en las páginas de Policiales en lugar de las de Deportes. Tanto, que la presentación del nuevo director técnico, Ariel Holan, quedó en un segundo plano.
En club, entonces, es un trompo que intenta atender su propio giro para evitar el desequilibrio. Esa inestabilidad que pretende esquivar es ajena, pero no tanto. El asesinato a sangre fría de Andrés Bracamonte y Daniel Attardo -lider y segundo de la barra de Central- a cuatro cuadras de la cancha cuando el público se desconcentraba tras el partido, plantea un escenario de incertidumbre de cara a lo inmediato: ¿Qué pasará la próxima vez que el Canalla juegue como local?
El azar del fixture de la Liga profesional les permite a las autoridades –principalmente a las del Ministerio de Seguridad de Santa Fe– contar con poco más de tres semanas para pensar en ese partido. Central será visitante en sus próximos dos encuentros y fecha FIFA mediante volverá a ser local el 1 de diciembre cuando reciba a Racing.
En el club que preside Gonzalo Belloso entienden que las circunstancias inevitablemente los roza, pero no los atraviesa. No tienen porqué responder por Pillín Bracamonte ni Rana Attardo aunque sepan en detalle de quienes se trataba, ni que roles tenían. Del mismo modo en que cualquier comisión directiva del fútbol argentino intenta desvincularse de la (o las) barras bravas, especialmente la del Canalla no está dispuesta a quedar pegada a un doble asesinato que, entienden, nada tiene que ver con el club.
Y el transcurrir de los días parece darle la razón a Belloso y compañía: las primeras pintadas que juran venganza por los asesinatos no parecieron en el Gigante de Arroyito sino en el Concejo Municipal de Rosario. “Cuídense Cobani”, “con la mafia no se jode”, “les queda poco”, son algunas de las inscripciones con las que amaneció el martes el edificio.
Mientras Nación y Provincia comparten una mesa de trabajo, en el club esperan que se los convoque, no para resolver el caso, sino para conocer los avances de inteligencia: ¿Qué va a pasar cuando Central vuelva a ser local? El paravalanchas está “vacante”. Las barras -esas organizaciones de las que «nadie sabe nada», pero tienen su espacio asegurado-, no se debilitan a balazos, sino todo lo contrario.
A poco más de tres días de los asesinatos, las investigaciones tampoco apuntan al club. Técnicamente no hay vinculación institucional y las pesquisas van en otras direcciones: desde el alumbrado público apagado en la escena del crimen, hasta el posible vínculo policial.
Y en ese contexto, en el club tratan de funcionar como si nada hubiera pasado. O como si lo que pasó fuese un hecho aislado y el tal Pillín fuese un hincha más, víctima de la cada vez más peligrosa Rosario. Sin embargo, el traslado en secreto de su cuerpo a un cementerio privado con un fuerte operativo policial confirma que el hombre de 52 años no era un Canalla cualquiera.
Así las cosas, el club funciona con la normalidad que Rosario permite. El trompo sigue girando y los dirigentes esperan que, en todo caso, si deja de hacerlo sea por cosas del fútbol y no por los balazos que lo ubican en las páginas de Policiales.