Vivimos un Roland Garros distinto en las canchas y en las tribunas. Normalmente, en los días previos a un Grand Slam, se atraviesan muchas emociones, pero están más ligadas a la ilusión, a la intriga, a la ansiedad, a la expectativa. Todas ellas relacionadas al juego. En quién cumplirá o no ese rol de favorito, quién será la sorpresa, cuáles serán los partidos épicos e históricos… Pero siento que este Roland Garros tuvo emocionalmente otra previa, una situación que ocurre muy de vez en cuando y por períodos muy cortos. Fue casi como no querer perderse mirar el cielo en esa última noche en la que una de las estrellas más brillantes del firmamento anuncia que su energía ya no es la misma, que se irá apagando y que, posiblemente, no se la vea más. Nadie quiere perderse esa última noche.

Y fue así cómo vivió la gente el inicio de este Roland Garros. Con cierta melancolía, con cierta necesidad de estar sí o sí presente. Por eso, en los días previos, se vio en el complejo de Bois de Boulogne una cantidad inusitada de fanáticos que no querían perderse ni un minuto de esta edición 2024.

Las prácticas, que habitualmente se hacen en soledad, fueron multitudinarias. Ese camino, casi siempre desolado, hacia la cancha para ir probando y ajustando los golpes se transformaron en entradas triunfales. Los propios tenistas se daban cuenta de que este torneo iba a ser diferente. A Rafael Nadal se le sumaban otras estrellas que, de manera más directa o indirecta, dejaron entrever que también podía ser su último Grand Slam, su último Roland Garros. La prueba son las lágrimas de Stan Wawrinka, que ya con 39 años trata de aferrarse a ese tenis que le ha dado tanto y que nos ha dado tanto. Un Andy Murray con las dificultades físicas que ya sabemos y sus 37 años a cuestas. Alice Cornet que jugó, perdió y confirmó su retiro después de haberle dado mucha luz a este torneo. Sobre todo a los franceses… Este Roland Garros, curiosamente, es uno de los certámenes de Grand Slam en que los jugadores más veteranos han podido sostenerse en competencia: Wawrinka, Monfils, Gasquet, Djokovic, todos mayores de 37 años, lograron avanzar a la segunda ronda. Dato anecdótico, por cierto.

Nadal se despide del público de Roland Garros. (Reuter)Nadal se despide del público de Roland Garros. (Reuter)

Pero también en las tribunas, tal vez impulsados por este notorio cambio de guardia, se vivió un clima distinto en este Roland Garros. Más ferviente, más intenso. Para muchos, los fanáticos se pasaron de la raya -y también se pasaron en otras mediciones-. Amelie Mauresmo, ex tenista y directora de este torneo, decidió por ese motivo y con la competencia ya en marcha, la prohibición de vender alcohol. Porque el público estaba ya sobrepasando los límites y eso comenzó a caer mal entre algunos jugadores. Es que se dieron algunas situaciones que se puede llegar a dar en algunos otros torneos menores, pero que nunca jamás suceden en Roland Garros.

Se sabe que el público francés, el público parisino, no perdona la inconducta. No perdona la raqueta maltratada, no perdona el grito ni la exclamación. Tiene un nivel de exigencia realmente llamativo. Tenis puro. Tenis de damas y caballeros. Sin embargo, en esta edición las tribunas se parecieron un poco más a las de un estadio de fútbol. Se vieron parcialidades desentendidas de los códigos habituales, de ese aliento y ese apoyo tradicional que le pone el color a un lugar magnífico. Porque cada cancha de este complejo tiene su historia. Cuando uno va de turista detecta rápidamente en la cancha 14 cuando hay drama o cuando en la 9 el partido se está poniendo interesante. Sin embargo, en esta edición, los hinchas lucieron recargados. Ya se observaba un nivel de locura que los propios jugadores empezaron a desconocer.

Amelie Mauresmo se abraza con Alice Cornet. (AFP)Amelie Mauresmo se abraza con Alice Cornet. (AFP)

Lo concreto, y es acá donde quiero poner el foco, es que el tenista está a acostumbrado a jugar en un entorno particular, muy diferente al de otras disciplinas deportivas. A modo de ejemplo, para marcar las diferencias, uno podría trazar comparaciones con el fútbol para entender de qué se trata. El futbolista aprende a bloquear y a encerrarse y a no escuchar. O tal vez, dicho de otra manera, tiene la capacidad de filtrar qué escucha y qué no mientras está jugando. Para el jugador de tenis, en cambio, es totalmente diferente. Se juega en un silencio casi absoluto. Y eso hace que el jugador esté conectado con la audición. Sus oídos están en funcionamiento. A pleno. Sin filtros. Porque el impacto le da al jugador una información. El ruido que siente en el momento en que la pelota es despedida por el encordado le permite detectar si la ejecución es precisa o no. Y si lo es, le mejora y le aumenta la sensación de impacto al ejecutor. Y el juego, inevitablemente, fluye. Por eso es que se juega con los oídos abiertos. Cualquier ruido, cualquier interferencia, cualquier cosa que esté fuera de lo habitual, provoca una distracción. Y esa desconexión, propia de la falta de costumbre, produce un desajuste.

Iga Swiatek, la número uno del mundo, hacía referencia a eso después de su increíble batalla contra Naomi Osaka. Lo hizo con congoja al suplicarle a los espectadores que mantuvieran los parámetros normales de intervención. El ruego de la polaca, sin embargo, le hizo ruido a Paula Badosa, que salió a cruzarla al decir que ella, al no jugar en la Philippe Chatrier o en la Suzanne Lenglen, debe escuchar todo lo que pasa en las canchas de al lado, incluido el griterío que despiden los dos escenarios principales del complejo.

Más allá de esta discusión y de los ruidos molestos, lo concreto es que el tenista no está acostumbrado a sufrir la hostilidad. Está acostumbrado al aplauso, a la ovación, inclusive a la indiferencia, pero no al ruido que pueda llegar a ser agresivo. Ahí tal vez los jugadores sudamericanos puedan sacar una ventaja. Acostumbrados a tener un público más ferviente, mucho más cercano a la intensidad que se vive en los cruces de la vieja Copa Davis. Es un público mucho más participativo, que en ciertos momentos está decidido a alentar a su jugador, pero que en otros se dedica a molestar al adversario de turno para intentar provocarle un bajón en su nivel.

La cancha 14 del complejo de Bois de Boulogne, la más ruidosa de Roland Garros. (EFE)La cancha 14 del complejo de Bois de Boulogne, la más ruidosa de Roland Garros. (EFE)

Vivimos un Roland Garros distinto. Por los que lentamente se van y empiezan a despertar añoranza a medida que se meten para siempre en los libros de historia. Pero también se sigue viviendo con la misma emoción y con la misma expectativa. Porque Novak Djokovic va encontrando fuerza y va encontrando brillo. Y, por otro lado, aquellos que estuvieron entre algodones los días o las semanas previas, como Carlos Alcaraz y Jannik Sinner, empiezan a sentirse que están bastante más firmes y templados de lo que imaginaban. Por eso, más allá de los ruidos y las quejas -y también de la lluvia-, se viene lo mejor en este Roland Garros. Porque pase lo que pase en París siempre se vive la historia.



Fuente Clarin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *