Los futboleros que superaron la barrera de los 45 años lo recuerdan por sus gritos y por su pintoresco y tupido bigote. Los simpatizantes de Ferro y de Chaco For Ever lo incluyen en el acotado listado de jugadores que se ganaron no solo su respeto, sino también su cariño. El misionero Hugo Mario Noremberg fue un destacado goleador de la década de 1980. En estos días, los apremios económicos lo llevan a desarrollar nuevas estrategias para obtener el dinero que lo ayude a subsistir.
Principalmente a través de las redes que nuclean a hinchas de Ferro comenzó a difundirse en las últimas horas una publicación que Noremberg realizó el lunes en su cuenta de Facebook, en la que cuenta que está atravesando una “difícil situación” y propone una sorteo de un juego de mate decorado con los colores y el escudo de Oeste, a realizarse el 27 de septiembre entre quienes adquieran un número (cada uno cuesta 3.000 pesos).
El exdelantero, de 62 años, está radicado desde hace más de dos décadas en Trelew, adonde se trasladó para trabajar en la captación y formación de juveniles junto a Roberto Gargini (fue su compañero en Ferro y en Chaco For Ever) en el club Los Aromos, que entre 2000 y 2009 funcionó como una filial de la Comisión de Actividades Infantiles de Comodoro Rivadavia.
Desde Caballito informaron que se pusieron en contacto con el ex futbolista para ofrecerle un puesto como «reclutador» de jóvenes talentos de la Patagonia para acercar a Ferro.
En la ciudad patagónica también se desempeñó como entrenador de Huracán y de Mar-Che, que compiten en la Liga del Valle de Chubut. Sin embargo, desde junio de 2020, cuando Los Aromos cerró su sede tras 23 años de actividad, el exfutbolista, que en 2011 se sometió a una operación de rodilla y también padece artrosis en una de sus rodillas, se encuentra desempleado.
En tiempos en que el dinero que repartía el fútbol era significativamente menor al que mueve en estos días, Noremberg, un delantero potente y con muy buena movilidad, desarrolló una carrera relativamente corta, en cuyo final prematuro resultaron condicionantes las lesiones que lo limitaron. Nacido el 15 de junio de 1962 en Aristóbulo del Valle, viajó a Buenos Aires siendo un adolescente para probar suerte en el universo de la pelota
Su primera prueba la hizo en Vélez, pero fue rechazado. Tampoco fue aceptado inicialmente en Ferro, pero porfió y terminó siendo seleccionado. Allí transitó la escalera de las Divisiones Inferiores mientras vivía en la pensión del club, aunque sin deslumbrar demasiado y en una posición muy distinta a la que lo vería brillar después: como mediocampista central. Fue Carlos Timoteo Griguol quien le dio un impulso impensado a su carrera.
“Cuando estaban por dejarme libre porque jugaba de cinco y era horrible, me vio el Viejo jugando con la Cuarta contra los suplentes de la Primera y me dijo: ‘¿Qué hacés jugando de cinco? Andá a jugar de nueve’. Sacó al nueve, me puso a mí y metí tres goles. Después de eso, (Carlos) Aimar me llevó a la Reserva. Si (Griguol) no me hubiese visto, yo estaría cortando yerba en Misiones”, contó en una entrevista en mayo de este año.
Su debut en la Primera se produjo el 25 de junio de 1983 en un partido que Ferro empató 1 a 1 con Racing de Córdoba en Nueva Italia. Y su primer gol lo marcó dos meses después, el 31 de agosto de 1983, en una victoria 2 a 1 sobre River en Caballito por la sexta fecha del Metropolitano de ese año. Fue el primero de los 20 tantos que anotó en 90 encuentros con la camiseta del club al que define como su segunda casa. Justamente su primera vivienda la tuvo también a una cuadra del estadio: siguiendo el consejo de Griguol (“primero la casa, después el auto”), le compró a Héctor Cúper su primer departamento, ubicado en Aranguren y Paysandú.
De todos los goles que marcó el misionero con la casaca verde, el más recordado, sin dudas, fue el que le hizo a River en el partido de ida de la final del Nacional 1984 después de una habilitación magistral de Alberto Márcico. Lo llamativo fue que lo convirtió estando lesionado. “No recuerdo si fue en una jugada en la que corrí a (Norberto) Alonso en el medio, pero sentí un pinchazo atrás y pedí el cambio. Seguí unos minutos mientras se preparaba Carpecho (Daniel Osvaldo Fernández) para entrar y justo llegó el pase del Beto. Así que metí el gol y salí”, le contó a Clarín cuando se cumplieron 40 años de aquel tanto.
A pesar de esa lesión, Noremberg pudo dar el presente seis días después, el 30 de mayo de 1984, cuando su equipo consiguió el título. “Después del partido me llevaron a un pichicatero que me metió como 20 pichicatas y pude jugar en la vuelta”, recordó. En esa revancha, Oeste ganaba 1 a 0 con un gol de Adolfino Cañete cuando los hinchas de River comenzaron a incendiar los tablones de la tribuna visitante y obligaron al árbitro Teodoro Nitti a suspender el duelo.
Minuto 20 📿 Beto Márcico le hace un pase de cirujano al Misio Noremberg, que desgarrado y todo mete un pique y pinta a Nery Pumpido 🎼»Seguí bailando, River, seguí bailando/Seguí bailando que te vas a enloquecer» pic.twitter.com/peBjQEWmdE
— LaFerropedia (@LaFerropedia) May 24, 2024
Con ese éxito en en el bolso y el afecto de los hinchas guardado en el corazón, Noremberg se fue de Ferro a principios de 1986: se sumó a Quilmes para disputar el Torneo Apertura de la Primera B que otorgaría un ascenso a la Primera División y ocho al nuevo Nacional B. Pero el Cervecero estuvo lejos de lograr el objetivo, ya que terminó último en su zona y debió quedarse en la Primera B. Tampoco al delantero le fue demasiado bien: solo marcó un gol en el empate 2 a 2 con Banfield por la tercera jornada del certamen.
Después de ese traspié, viajó a Resistencia para incorporarse a Chaco For Ever, que había accedido al Nacional B por haber ganado el torneo clasificatorio organizado por la Liga Chaqueña. En el conjunto norteño tampoco tuvo un arranque auspicioso: no convirtió en los primeros ocho partidos, lo que le valió críticas incluso del presidente del club, Juan Alberto García. “Él no estaba muy conforme conmigo. Una vez me dijo: ‘¿Para qué te traje? ¡Cómo me equivoqué con vos!’. Y la hinchada me quería comer. Una vez me perdí un gol cantado bajo el arco. Miré hacia la platea y hasta mi mujer me estaba puteando”, rememoró en 2019.
Su primer grito se hizo esperar hasta el 7 de septiembre de 1986 en el empate 1 a 1 con Cipolletti en Resistencia por la novena fecha del torneo. Ese día, festejó haciendo un corte de manga a la popular local. La sequía inicial y ese gesto podrían haber pulverizado definitivamente el vínculo con los simpatizantes. Sin embargo, Noremberg terminó siendo ídolo en For Ever. Esa temporada hizo 17 goles para el elenco que cayó en los cuartos del final del octogonal por el segundo ascenso a Primera.
En la segunda campaña, con el delantero como figura, el Negro llegó hasta la final del reducido, en la que cayó ante San Martín de Tucumán. La tercera fue la vencida: en la temporada 1988/89, el misionero convirtió 15 tantos y su equipo fue campeón gracias a una victoria 1 a 0 en la última fecha sobre Lanús, que había llegado a ese encuentro como líder y con un punto de ventaja. El único gol del duelo fue de Felipe Di Marco, de penal. Si bien Noremberg era el designado para los remates desde los 11 metros, esa tarde decidió cederle al defensor rosarino la ejecución que valió un ascenso.
En la temporada de estreno del conjunto chaqueño en Primera, Noremberg hizo nueve goles muy importantes para el equipo que evitó el descenso derrotando 5 a 0 a Racing de Córdoba en un desempate disputado en la Bombonera el 25 de mayo de 1990. Después de conseguir la salvación, le puso fin a ese ciclo tan importante en su carrera, que incluyó 147 partidos y 62 tantos. “Fueron cuatro años bárbaros, la gente nos amaba. Íbamos a la farmacia y no nos querían cobrar los medicamentos, viajábamos gratis en los taxis, ni en los restaurantes querían cobrarnos”, resaltó.
A mediados de 1990, Noremberg fue vendido al Gençlerbirliği turco, en el que jugo un año junto al exdefensor de San Lorenzo y Boca Claudio Zacarías y al exmediocampista de Banfield Luis Oriolo. Si bien se adaptó sin dificultades a la vida allí, solo se quedó un año. “Cuando estaba allá, sucedió la primera Guerra del Golfo. Nos dio mucho miedo porque estábamos muy cerca. Mis hijas eran chiquitas y para preservarlas pegamos la vuelta a pesar de que andaba bien y la gente me quería mucho”, explicó.
Cuando volvió, en 1991, se sumó a Estudiantes, pero no le fue bien. “Yo no estaba bien físicamente. Tenía la confianza del técnico (Humberto Zuccarelli), pero no pude dejar nada y eso no me gustó”, admitió. En 1992 regresó a Ferro para un segundo ciclo menos exitoso y en 1993 pasó a Douglas Haig de Pergamino. Al terminar la temporada 1993/94 del Nacional B, y con solo 32 años, colgó los botines. Tras ello, comenzó su trabajo de formación de juveniles que lo llevó a Trelew.