Oleksandr Usyk se metió en la historia como el único campeón indiscutido de los pesados. Le ganó en fallo dividido a Tyson Fury para ser el nuevo rey absoluto de la categoría, sumando a su colección de cinturones de la AMB, la FIB y la OMB, el que poseía el británico, dueño del título la CMB.
El combate, organizado en Riad, Arabia Saudita, era uno de los más anunciados (y postergados) de los últimos tiempos, y el espectáculo estuvo a la altura de toda la expectativa creada y los millones invertidos para que se llevara a cabo. No por casualidad ya está pautada una revancha que podría concretarse en octubre de este año.
Cristiano Ronaldo, Neymar Jr. y el excampeón Anthony Joshua fueron algunas de las figuras que se acercaron al Kingdom Arena, este moderno estadio para 30 mil espectadores que se terminó de construir hace menos de un año. El combate de fondo comenzó cerca de las 2 de la mañana y fue transmitido hacia todo el mundo por la cadena DAZN.
La pelea debió hacerse en abril del año pasado pero no se pusieron de acuerdo en los montos de las bolsas a repartir. Luego se arregló hacerla en diciembre pero el británico había dejado una imagen muy pálida en agosto frente al debutante francés Francis Ngannou, excampeón UFC, que lo mandó en la lona. En febrero, otro imponderable: el Gitano se cortó feo el párpado derecho durante un entrenamiento, peleando con un sparring.
«Para ganar, no necesito ser pesado, necesito ser rápido. Nunca ves a un lobo gordo en el bosque», decía Usyk en la previa, cada vez que le mencionaban las diferencias físicas a favor de Fury.
Cuando se subieron al ring, la sensación terminó de hacerse evidente: el británico era más alto (2,06 metros contra 1,91), más pesado (118,850 contra 101,380 kilos) y con mayor alcance que el ucraniano (2,15 metros contra 1,98). Pero si Usyk era un lobo atento a castigar con su zurda, Fury se plantó como un oso, pero uno lleno de trampas, con buenos ganchos, canchero y danzarín.
Los primeros rounds mostraron el virtuosismo atlético y la velocidad del ucraniano, entrando y saliendo, haciendo que Fury se pareciera más al que peleó con Ngannou que al campeón invicto que hizo sucumbir al zimbabuense Derek Chisora, en diciembre de 2022.
Pero el Gitano entró en ritmo literalmente a los golpes, y desde el tercer round pareció sentirse más confiado, balanceándose con su típico movimiento de brazos y volados, impactando con regularidad sobre la cabeza Usyk. La batalla psicológica era ganada por el gigante de 35 años nacido en las afueras de Manchester, y los rounds se sucedían con esa tónica.
Pero la pelea tuvo un capítulo que pagó todos los millones de dólares que puso el petróleo árabe para tener semejante evento boxístico en estas tierras: el noveno round. Usyk hizo tambalear a Fury, llevándolo de soga a soga con varias combinaciones que en cualquier otro rival hubieran significado la lona y el nocaut. El Gitano, viejo zorro y corajudo, aguantó y esperó el campanazo salvador.
El último tramo de la pelea tuvo el empuje de Usyk y la resistencia de Fury, que ya no volvió a ser el mismo pero terminó entero. Cuando se terminó la pelea, los dos guerreros se abrazaron y el británico besó la cabeza del ucraniano, en una señal de respeto después de meses de disputa diálectica que se cerró sobre el ring.
Prmó la justicia sobre el show y las tarjetas fueron para Usyk, que se impuso en fallo dividido para ser el nuevo campeón indiscutido de los pesados. El lobo ucraniano terminó haciendo de las suyas.