Adentro de la cancha, Nikola Jokic tiene el andar de los cracks: acelera solo cuando entiende que es necesario. El serbio de 29 años tal vez era consciente de que con un poquito de lo suyo -que es imposible de alcanzar para la mayoría de los basquetbolistas del mundo- le iba alcanzar para derrotar a Alemania y quedarse con el bronce en los Juegos Olímpicos. Y así fue: Serbia se impuso 93 a 83 y se subió al podio.

Con Jokic (metió 7 de los 15 tiros que intentó; 47% de eficacia) sucede lo que con los estadounidenses LeBron James, Stephen Curry y Kevin Durant: es difícil seguir los partidos y apartar la vista de ellos. Son magnéticos. Ver a Jokic en vivo es estar en permanente estado de asombro. Ya mirarlo correr impresiona porque puede realizar sprints a muy alta velocidad, muy a pesar de sus 211 centímetros y sus casi 130 kilos. La sensación es que podría completar con un gran registro los 100 metros.

Impactan también observar sus delicados movimientos, la distancia que existe entre su hombro derecho y el izquierdo (¿llegará al metro?), su notable estilo para remontar el balón como si fuese un base pequeño (con 52 es el jugador que más asistencias dio en el torneo) y su gobernabilidad de la pelota naranja: la puede agarrar con su mano derecha como cualquier hijo de vecino sostener una de tenis.

Las virtudes en lo que respecta al juego están ya demostradas: fue campeón de la NBA en 2023, 3 veces MVP de la NBA (2021, 2022 y 2024) y elegido en 6 oportunidades para el All-Star (2019, 2020, 2021, 2022, 2023 y 2024). Por eso Jokic puede escribir la historia aún teniendo un duelo sin tanto despliegue para sus parámetros: con sus números ante los teutones (19 puntos, 12 rebotes y 11 asistencias), se convirtió en el cuatro jugador que consigue un triple-doble en la historia de los Juegos Olímpicos. Los otros en alcanzar la estadística fueron Sasha Belov (1976), Luca Doncic (2020) y LeBron James (2012 y 2024). Otro dato:

Para Jokic, jugar un partido de básquet es sinónimo de recibir varias ovaciones. Ya debe estar acostumbrado a la música que baja desde las tribunas y se hace tan gigante como él. «MVP/MVP/MVP», gritaron una y otra vez los fanáticos que llegaron hasta Bercy Arena.

Además, Jokic -que fue bien marcado por Moritz Wagner- es un respetuoso ganador. Seguramente la cordialidad en la alegría la aprendió de las caídas que debió sufrir en su carrera. A París había llegado para quedarse con el oro, pero Estados Unidos lo eliminó en semifinales por apenas 4 puntos (95-91). Tal vez por eso el jugador de Denver Nuggets antes de festejar saludó a cada uno jugadores y los integrantes del cuerpo técnico de Alemania. Después sí, se sumó a la ronda en el medio de la cancha, convocó a todo el staff y desde la periferia del círculo de serbios hizo una arenga.

Nikola no realiza jugadas espectaculares, de esas que terminan en compactos que recorren el mundo. Pero puede entregar un pase con precisión desde 25 metros o se puede escapar en el poste bajo de la marca de 4 alemanes para marcar dos puntos. No sin antes recibir mil empujones, claro.

Se fue sin hablar Jokic, con una toalla cubriendo su cuerpo y una sonrisa en la cara. El bronce de París se le suma a la plata que consiguió en Tokio 2020. Ahora le resta esperar si lo nombrarán el MVP de los Juegos. Y sobran los motivos para que lo hagan.



Fuente Clarin

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