¿Cómo puede ser que un marplatense habituado a correr horas y horas en el polvo de ladrillo y que sólo había pisado el césped por primera vez hace menos de dos semanas para perder en la clasificación de un torneo con un jugador ubicado casi en el 250° puesto del ranking, haya llegado a Wimbledon y después de bajar al sexto tenista del mundo logró su segunda victoria ante el australiano Adam Walton por 7-5, 1-6, 6-7 (12-14), 6-1 y 7-6 (10-8) en una batalla de más de cuatro horas que le significó el pasaporte para jugar en la tercera ronda con el italiano Lorenzo Musetti?
Francisco Comesaña consiguió que el mundo del tenis hable de él después de su enorme victoria ante el ruso Andrey Rublev en su debut. Pero no conforme con eso, logró lo más complicado: no se desenfocó y en el siguiente partido, el primero de su vida en el que jugó cinco sets, también ganó. ¿Por qué? Es difícil encontrar una explicación en alguien que tampoco en cemento -superficie no tan rápida pero rápida al fin- juega un gran tenis.
Pero Comesaña tiene dos virtudes para moverse bien en el pasto: sensibilidad para golpear la pelota e inteligencia para jugar con cambios de velocidades. Eso le permitió utilizar sus mejores armas -el servicio, que fue encontrando cada vez más seguido, y el drop– para sacarle el mayor rédito a su tenis.
Hay pocos que juegan de la manera en la que él lo hace. Y lo diferente, en el circuito, paga. Pero por sobre todo Comesaña cuenta con un plus: se la cree y no se asusta. Es un chico que hace dos años, cuando llegó a las manos de Sebastián Gutiérrez, estaba cerca del 400° puesto del mundo y con muchas dudas acerca de su presente y, sobre todo, de su futuro. Pero trabajó, se esforzó, mejoró en el aspecto físico y en Wimbledon encontró su mejor versión. Y desde el anonimato explotó.
Qué pasará con él es difícil decirlo. Tranquilamente podrá perder con Musetti, 25° en el ranking y que viene de ser semifinalista en Stuttgart y finalista en Queen’s en la gira de césped. Por eso una victoria suya sería otro golpe fuerte sobre la mesa. Pero lo bueno es que Comesaña -y, salvando las distancias, como Nalbandian en su momento- mostró que el camino es animarse.
El pasto no puede ser un enemigo de los argentinos. A algunos les cuesta más que a otros, sin duda. Pero es una superficie como las demás. Y en ella se juega durante seis semanas en el año. Y en ella se juega el torneo más importante del mundo.