Se habla mucho por estos días del milagro del deporte argentino. De algunas, pocas en realidad, notables actuaciones en los Juegos Olímpicos que llegaron gracias al esfuerzo individual o grupal, según el caso. La victoria de Los Pumas en Wellington ante los All Blacks por 38 a 30 no tiene mucho de milagro, aunque el equipo no había arrancado de la mejor manera un nuevo ciclo, pero sí de sorpresiva. Pero fue un triunfo, en definitiva, de un altísimo impacto ante el subcampeón del mundo que solamente no ganó dos ediciones del Rugby Championship desde que el seleccionado argentino se sumó en 2012 al torneo que reúne a los cuatro mejores equipos del hemisferio Sur.

El punto es el análisis, encontrar las razones de un golpe fuerte en la mesa del rugby internacional. Que llegó después del arranque del ciclo de Felipe Contepomi como entrenador en la reciente ventana que incluyó dos partidos ante un Francia plagado de ausencias importantes y problemas internos y un encuentro como visitante frente a un muy flojo Uruguay en Maldonado. Y que llegó también con la vuelta de tres titulares a la formación inicial: Mallía, Cinti y Juan Martín González.

Después de un viaje de 40 horas que incluyó una larga escala en Australia, Los Pumas volvieron a hacer historia. ¿De qué manera? Jugando bien al rugby, sencillamente. No fue casualidad el triunfo sino la causalidad de un plan ejecutado de una manera precisa aún con imperfecciones como, por ejemplo, la indisciplina del primer tiempo en el que se concedieron seis penales en apenas 11 minutos, cierto déficit de vértigo en las salidas de los rucks y las recuperaciones y alguna falta de trabajo -lógica, por cierto- en los cambios de la defensa al ataque.

Hubo una mejora sustancial en la pareja de medios. Santiago Carreras jugó su mejor partido como apertura y Bertranou acompañó con un pase más rápido y una mejor conducción del pack. También se lucieron Mallía en el fondo y los centros Chocobares -en el podio argentino- y Cinti en la mitad de la cancha. Y ante tamaño adversario los forwards debían ser ofensivos y tener una mayor presencia en los puntos de contacto. Y así fue.

Entre esos delanteros otra vez brilló Pablo Matera. El capitán ante la ausencia del lesionado Montoya no había tenido una ventana de julio acorde a su jerarquía. Pero en la capital neocelandesa la rompió y fue el líder absoluto de un pack que también tuvo una soberbia actuación de Franco Molina y el prometedor debut del cordobés Efraín Elías, el capitán de Los Pumitas.

Hubo una jugada que tuvo como gran protagonista a otro forward que mostró ese corazón que nunca negocian Los Pumas. Esa acción terminó siendo el punto de inflexión definitivo para el tercer grito ante los All Blacks después de aquel 25-15 en Parramatta en 2020 (25 puntos de Nicolás Sánchez) y el 25-18 en Christchurch en 2022 (20 puntos de Emiliano Boffelli). A cinco minutos del final Nueva Zelanda tuvo un line a favor en la mitad de la cancha. Los All Blacks se prepararon para vulnerar la defensa, para pasarla por arriba a puro choque. ¿Qué ocurrió? El inoxidable Agustín Creevy robó la pelota y los locales se perdieron definitivamente en la cancha, se olvidaron de su plan de juego y del ataque y todo se definió a favor de los argentinos que jugaron uno de sus mejores partidos de los últimos años con pasión para presionar, cabeza para estar concentrados siempre y talento para defender con solidez y atacar con inteligencia.

El punto, ahora, es buscar una regularidad necesaria para darles pelea contínua a los mejores. Los Pumas deben dejar ese «electrocardiograma» que dibujan entre cada partido y hasta en un mismo lapso de 80 minutos. En Wellington se dio un paso muy importante. Que no fue un milagro. Es el producto de una muy buena actuación individual y colectiva. Sólo eso. Pero que ante los All Blacks es muchísimo.



Fuente Clarin

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