Por primera vez desde que llegó a la Casa Rosada, Javier Milei estuvo cara a cara con todos los actores del deporte argentino. Fue el viernes, en el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD), cuando despidió a los atletas de las misiones olímpica y paralímpica que irán a los Juegos de París 2024. Se recuerda: en el Polideportivo León Najnudel estuvo el mismo Presidente que en su campaña electoral había minimizado al extremo al deporte cuando en un programa de TV, fibrón negro mediante, tachó el Ministerio que por entonces conducía Matías Lammens y lo sacó de circulación para su próxima gestión.
Es cierto que la situación -básicamente, la entrega de las banderas- que tuvo como escenario la casa de la elite del deporte no ameritaba ningún reclamo pero (casi) todos los estamentos -dirigentes políticos y federativos, entrenadores y atletas- se mantuvieron en silencio más allá de lo sucedido con la tenismesista Constanza Garrone y su lavado de manos viralizado en las redes después de recibir la bandera y saludar a Milei.
Sucedió entonces lo que marca la historia, en definitiva. Porque nadie le muerde la mano a quien le da de comer, aunque sean migas. Y en eso siempre el deporte fue oficialista. Siempre se dejó la ideología de lado con la excusa de “estoy en el deporte y no me meto en política”. En general y salvo algunas excepciones de atletas y ex atletas con alguna espalda para bancarse lo que venga, el “no opino y no digo” existió siempre. Aún en los tiempos más duros y difíciles de la historia argentina.
Aunque, de todos modos, hay que destacar casos como el de Luciano de Cecco, quien pocos días antes de recibir la bandera habló y sus palabras fueron potentes. El capitán del seleccionado de voleibol, medallista de bronce en Tokio 2020, aseguró que “bancamos las buenas y las malas, pero hoy son más malas que buenas” y fustigó las instalaciones del propio CeNARD al afirmar: “Está en una debacle importante. Es nuestro espacio, nuestro lugar y es el único que tenemos. No hay ni agua caliente…”
De todos modos Argentina, aún sin el apoyo de una política deportiva verdadera, renueva sus ilusiones de cara a los Juegos Olímpicos que comenzarán el viernes 26 con su ceremonia inaugural. La realidad es que las chances concretas de medallas otra vez son escasas y aunque la clave no es saber cómo está lo propio sino cómo están los demás, se piensa, sobre todo, en cuatro posibilidades importantes: Los Pumas con su equipo de Seven, las ya eternas Leonas, el fútbol (aunque pueda ser una incógnita grande el rendimiento del equipo de Javier Mascherano) y la dupla de Mateo Majdalani y Eugenia Bosco en la clase Nacra 17 del yachting. ¿Algún podio más es posible? Todo es posible en el bendito y asombroso deporte nacional porque siempre hay alguien que se puede prender ya que hay un tejido social que saca a flote lo mejor de los deportistas que se ponen la celeste y blanca y que así pueden cristalizar el sueño de una medalla.
En los últimos días se viralizó en las redes una entrevista a Daniel Castellani en el canal DeporTV. La leyenda del voleibol y hoy entrenador del seleccionado argentino femenino habló de su experiencia tras haber vuelto al país después de dos décadas viviendo en el exterior. Con una enorme claridad conceptual afirmó Castellani que “el deporte argentino es un milagro que estando en Argentina no se puede dimensionar”. Y que la clave de ello pasa por dos aristas: una palpable (aunque cada vez menos) que son los clubes de barrio y otra emocional representada por la pasión. ¿Y dónde está esa pasión? En el dirigente que organiza la compra de un juego de camisetas o levanta un tinglado haciendo una rifa, en el grupo de padres que se organiza para llevar a sus hijos a practicar un deporte un sábado a la mañana, en el entrenador al que no le pagan o le pagan mal y siempre se esfuerza por perfeccionarse y en el deportista que no deja de entrenarse… a pesar de todo. En Argentina parece que lo cotidiano es normal pero todo eso asombra en el resto del mundo. Y esa es otra de las grandes verdades de nuestro deporte.