Rafael Nadal acumulaba apenas 26 victorias en partidos de cuadro principal de torneos ATP cuando llegó el Masters 1000 de Miami 2004, en el que enfrentó (y le ganó) por primera vez a Roger Federer, dando inicio a una de las grandes rivalidades de todos los tiempos. Tenía 17 años y todavía no había ganado su primer título, que conseguiría algunos meses más tarde en Sopot, Polonia, mientras que el suizo era el vigente campeón de Wimbledon, del Abierto de Australia y disfrutaba de sus primeras semanas como número uno del mundo.

Aún así, el español no era ningún desconocido. El mundo del tenis ya empezaba a hablar de las enormes condiciones de este adolescente forjado por la disciplina dura de su tío Toni. Es que se había destacado desde muy chico con resultados importantes como la conquista del prestigioso Les Petit As (torneo para jugadores de entre 12 y 14 años) y su primer triunfo en el circuito mayor a los 15 años y 330 días. Se esperaba con gran expectativa su salto a la escena grande.

Debutó aquella temporada en Miami con triunfo por 6-4 y retiro ante Goran Ivanisevic, un ex campeón de Grand Slam que estaba de salida, y se presentó a jugar con Federer, ganador de 23 de los 24 encuentros que había disputado hasta entonces en el año, con el toque distintivo de sus comienzos: pelo hasta los hombros, remera sin mangas y una fiereza dentro de la cancha que contrastaba con la timidez que demostraba fuera de ella.

“El número uno del mundo delante y detrás suyo el hombre que podría convertirse en número uno algún día”, anticipaba el comentarista de la TV en el momento en que los dos jugadores salían al court central del Crandon Park Tennis Center. Y una vez consumado el triunfo agregaba: “¡Qué asombrosa victoria la de este chico! Su progreso es tan veloz que uno se pregunta hasta dónde llegará”. Hoy se cumplen 20 años de aquel icónico momento.

Más allá de sus grandes cualidades, ese pronóstico parecía un tanto osado. Es que son tantos los jóvenes talentos que se quedan simplemente en grandes promesas, muchas veces agobiados por la presión que el público y parte de la prensa ejercen sobre ellos, que se temía que Nadal, 34° del ranking en ese entonces, pudiera correr la misma suerte. No fue su caso. Se mostró suelto como si en frente suyo no estuviera el mejor tenista del planeta, ganó de manera contundente por doble 6-3 en una hora y 10 minutos de juego y accedió a los octavos de final, instancia en la que perdió con el chileno Fernando González.

Estuvo firme con el saque, su principal punto débil: puso en juego un elevado 81,3% de primeros servicios, no tuvo break points en contra y le quebró tres veces a Federer, quien sufrió la intensidad que imponía su rival desde la línea de fondo y la enorme capacidad de contragolpear con esos passing shots que se terminaron convirtiendo en su marca registrada.

“Salí a la pista con actitud positiva, no con la idea de intentar ganar un game. Estoy muy feliz porque jugué uno de los mejores partidos de mi vida. Obviamente, él no jugó su mejor tenis y esa es la razón por la que pude ganar”, comentó el mallorquín con la humildad que mantiene hasta el día de hoy.

«Escuché hablar mucho de él y vi algunos de sus partidos. Creo que esto no es una sorpresa para nadie», lo elogió Federer mas tarde. Escuchó hablar de él, lo vio jugar y también un poco ya lo conocía. Quizá por eso no se haya mostrado tan molesto como en otras derrotas, sino que esbozó una tímida sonrisa en el saludo en la red. Es que aquel fue el primer duelo entre ambos en singles, pero no era la primera vez que se cruzaban adentro de una cancha de tenis. Se habían enfrentado en dobles la semana anterior por la segunda ronda de Indian Wells, con triunfo 5-7, 6-4 y 6-3 para los españoles Nadal y Tommy Robredo frente al suizo y su compatriota Yves Allegro.

Aquella vez el saludo fue aún mas afectuoso y después la conversación continuó en el vestuario. Allí fue donde el de Basilea, quien avanzaba a gran velocidad en el cuadro de individuales y terminaría consagrándose campeón, invitó al de Manacor, eliminado en tercera ronda por Agustín Calleri, a sentarse en su box para el partido de cuartos de final frente a otro argentino, Juan Ignacio Chela. No pudo rechazar tamaño ofrecimiento y allí estuvo sentado junto a «Mirka», la actual esposa de Federer, deleitándose con una aplastante victoria 6-2 y 6-1 de Su Majestad. La foto quedó para el archivo.

La imagen que esconde una gran anécdota entre Nadal y Federer, cuando el suizo invitó al español a sentarse en su box en Indian Wells.La imagen que esconde una gran anécdota entre Nadal y Federer, cuando el suizo invitó al español a sentarse en su box en Indian Wells.

En 2005, exactamente un año después, Roger y Rafa jugaron la final en Miami, su primer encuentro a cinco sets. En 2006, 2007 y 2008 se enfrentaron consecutivamente en las finales de Roland Garros y Wimbledon, sus terrenos predilectos. Y así continuaron para protagonizar un verdadero Superclásico en el tenis, especialmente por el choque de estilos que marcaron. Esa rivalidad quedó afuera de la cancha, mientras su gran amistad, forjada durante aquellos días en el desierto de California, se mantuvo en el tiempo.

Así fue que 18 años mas tarde el manacorí, aún sin estar en condiciones físicas para saltar a la cancha, aceptó la invitación de su archirrival y amigo para jugar la Laver Cup 2022 en el O2 Arena de Londres y acompañarlo en un partido de dobles que le puso punto final a su carrera. Y dejaron otra imagen imborrable, la de ambos llorando esa despedida.

Lágrimas para Roger Federer y Rafa Nadal en la Laver Cup 2022. Foto: APLágrimas para Roger Federer y Rafa Nadal en la Laver Cup 2022. Foto: AP

Primero compañeros, después amigos, rivales y genios del tenis. De una vez y para siempre.



Fuente Clarin

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