Gastón Gaudio alcanzó una sola vez los cuartos de final de un Grand Slam. Era el 44° del mundo y en Roland Garros jugó el que él mismo definió como el mejor partido de su carrera para vencer a Leyton Hewitt (12°) con un contundente 6-3, 6-2 y 6-2. En semis, también la única que disputó en esta categoría de torneos, barrió de la cancha a David Nalbandian (8°): 6-3, 7-6 y 6-0. Y en su única final en un Major no brilló tanto como en los dos encuentros anteriores, pero le ganó el “Superclásico” a Guillermo Coria (3°) y logró la victoria más importante de su vida, de la que hoy se cumplen 20 años.
“Es inolvidable, no el hecho de haber levantado la copa en sí, sino cuando llame a mi mamá después de dar notas y hacer todo lo que te pide la ATP. Ella no era muy expresiva y ahí estaba llorando, se ve que lo que hice fue groso en serio”, contó el protagonista de esta historia algunos años después de la gesta de París. Y se le escapó una tímida sonrisa.
Realmente fue muy groso lo que hizo. Logró ganar el torneo soñado por la gran mayoría de los tenistas argentinos que llegan al profesionalismo o que merodean por el circuito Challenger, ese que habían conseguido apenas otros tres singlistas sudamericanos en la larga historia del Abierto francés: Guillermo Vilas (1977), Andrés Gómez (1990) y Guga Kuerten (1997, 2000 y 2001).
Ese momento tan especial fue aún más especial por todo lo que rodeó, con condimentos deportivos y extradeportivos, a aquella conquista histórica.
El favoritismo de Coria era claro. Previo a su llegada a París, en aquel 2004, alcanzó la final en tres de los cuatro Masters Series (hoy Masters 1000) en los que participó: fue subcampeón en Miami, donde un dolor insoportable por piedras en los riñones no le permitió completar el partido ante Andy Roddick, y ya en polvo de ladrillo levantó el título en Montecarlo y cayó en la definición de Hamburgo frente a Roger Federer, que ya era el número uno. Además, ese año se consagró en Buenos Aires por segunda vez. Era el mejor jugador del mundo en polvo de ladrillo.
En tanto, Gaudio, aunque venía de dos buenas victorias ante el neerlandés Martin Verkerk (19° del mundo y vigente finalista de Roland Garros) y Hewitt en la Copa ATP de Dusseldorf y sentía que era su momento para dejar una huella, sólo había conseguido en Barcelona -perdió en cinco sets la final con Tommy Robredo- ganar más de dos partidos en un mismo torneo esa temporada.
Sin embargo, lo extradeportivo equilibró la balanza. “No era simplemente una final de Roland Garros contra alguien que venía jugando increíble, había algo más. Eso me ayudaba porque emparejaba más la cosa. Era como un clásico, no importaba quien estaba jugando mejor”, le confesó el campeón años más tarde a ESPN.
La metáfora futbolística es pertinente. Es que la enemistad entre Gaudio, hincha de Independiente, y Coria, fanático de River, se inició con una provocación del Mago tras vencer a su archirrival en la final del ATP de Viña del Mar 2001. Celebró un ajustado 4-6, 6-2 y 7-5 emulando el festejo del chileno Marcelo Salas, unas de las figuras del equipo del Millonario tricampeón del fútbol argentino entre 1996 y 1997: rodilla izquierda apoyada en el césped (polvo de ladrillo en este caso) y dedo índice apuntando al cielo. No cayó bien del otro lado de la red. Fue la primera demostración pública de una relación que venía mal.
Como en toda pelea siempre se necesitan dos personas, el Gato aportó lo suyo y se vengó apenas una semana más tarde. En el Buenos Aires, por los cuartos de final del Argentina Open, se despachó con un baile en pleno Lawn Tennis y agitó una bandera del Rojo de Avellaneda al imponerse por 6-3 y 7-6 (6) -luego perdió en semis con Chucho Acasuso, finalista del torneo-.
«Era un jugador de tenis increíble, pero no pensábamos igual y yo era el único que le decía las cosas. Quizá fui un poco tonto porque se las podría haber dicho directamente a él y chau», reflexionó tiempo después el loco Gastón, un tenista tan talentoso como irascible y con un carácter autodestructivo.
Finalmente, dos años más tarde explotó todo. En semifinales del Masters de Hamburgo, el saludo final entre estos dos enemigos íntimos confirmó que todo estaba mal entre ellos. “¿Qué te pasa, pendejo de mierda? No me mires así porque te cago a trompadas, gil”, le dijo Gaudio al finalizar el partido.
Lo que sucedió fue que Coria había sufrido calambres durante el encuentro, después se recuperó, terminó ganando 6-0 en el tercer set y se acercó a la red rengueando. Esto enfureció a su rival, que lo tomó como una burla y lo insultó sin vueltas. Cuenta la leyenda que ese mismo día se agarraron a piñas en el vestuario, aunque los protagonistas difieren en el relato de aquel episodio.
“¿Hubo un par de piñas, no?”, le preguntó alguna vez Guillermo Vilas a Gastón, que respondió sin dar mayores detalles: “En el vestuario… un poco”. En cambio, el otro Guillermo contó una versión diferente de los hechos: «Gaudio no me agarró del cogote. Aparte, vos te cagás a trompadas en el tenis y te descalifican del torneo. Discutí con él y con el hermano, pero quedó ahí».
La otra semifinal de aquel torneo de Hamburgo también fue entre dos argentinos: Agustín Calleri vs. David Nalbandian. Nunca había sucedido y nunca más se volvió a repetir. Y un año más tarde, en París, cuatro de ocho cuartofinalistas y tres de cuatro semifinalistas fueron argentinos antes de quedar confirmada la primera final 100% argentina en un Grand Slam, una nueva muestra de lo que fue “La Legión”, la generación dorada del tenis argentino.
No fue cualquier final, sino una de esas cargada de dramatismo.
Drama en París
“Yo creo que ni Spielberg se imaginaba algo así. Si hacía una película como fue este partido, le iban a decir: ‘se pasó este tipo, la hizo demasiado irreal’. Nadie se imaginaba un partido así… parecía hecho a propósito”, reflexionó el ganador años más tarde.
Es que, además de lo histórico de ver por primera vez a dos tenistas argentinos en la final del torneo más importante del mundo sobre polvo de ladrillo y de todo el trasfondo personal entre ellos, el desarrollo del juego y el clima vivido en el estadio Philippe Chatrier -colmado- agregó lo que faltaba para que el drama fuera total.
El favoritismo de Coria quedó reflejado a las primeras de cambio: en apenas una hora de juego se adelantó 6-0 y 6-3 con una exhibición de tenis que dejó sin respuesta a un Gaudio nervioso y que, a medida que pasaban los games, se avergonzaba de sí mismo. “Por dentro decía: ‘voy a ser el peor finalista de Roland Garros de la historia’”, repitió en una entrevista detrás de otra el formado en el Buenos Aires Lawn Tennis de Temperley, que estaba sufriendo el partido. Era una paliza.
¿Quién se iba a imaginar que todavía quedaban dos horas y 31 minutos de puro drama por delante? Nadie. No era el Gato de esos jugadores que se mantienen firmes mentalmente cuando el resultado es adverso, lo que alimentaba aún más la sensación de victoria del Mago. Pero no es fácil cerrar un victoria semejante, especialmente cuando delante tuyo está tu máximo rival y en el partido más importante que se pueda imaginar.
A las 16:54 de París se marcó un punto de quiebre. Tras el cambio de lado del 4-3 del tercer set, cuando Gaudio se disponía para sacar en desventaja, el público empezó a hacer la ola y el juez de silla les pidió silencio para poder reanudar el juego. Pero Gastón utilizó ese momento para distenderse: dejó la raqueta en el piso, se puso a aplaudir y sonrío mirando a las gradas, lo que levantó aún más a los fanáticos. Creer o reventar, a partir de allí ganó tres games en fila y se quedó con el parcial por 6-4. El que sufría ahora se empezaba a divertir.
En el comienzo del cuarto aparecieron los calambres, lo que revivía el capítulo de Hamburgo 2003. “No puedo más”, le dijo Coria a su box mientras era atendido en su silla con el marcador 1-1. “Yo no le creía y Gastón tuvo ventaja por no creerle porque ya le había pasado en otro momento”, contó años más tarde Franco Davin, entrenador del campeón. Y Gaudio agregó: “En Hamburgo me había hecho lo mismo y yo sabía que iba a tener que seguir corriendo, no iba a terminar así”.
Lo cierto es que un rápido 6-1 mandó todo al quinto set y allí el Mago recuperó las piernas. Tuvo dos puntos para campeonato en el 6-5, pero falló. “Cuando levanté los dos match points y le quebré, dije: ‘este chico no me puede ganar, no me puede ganar’”, contó el dueño de este final feliz. Y así fue. Sentenció la historia con un bombazo de revés, su marca registrada, para el 8-6 final.
Pasaron exactamente 20 años y es probable que haya que esperar otros tantos para volver a ver algo igual.