Fue Machado el que habló de “la España de charanga y pandereta”. Y fue este domingo que redoblaron las panderetas en todo el territorio español en un grito desaforado cuando la final se acababa en empate. La punta del botín derecho del nacido en San Sebastián Mikel Oyarzábal, de milagro en posición habilitada, llegó antes que el cierre de Guehli y le cambió la trayectoria a la salida de Pickford. Fue el 2-1. Fue el cuarto título de la Euro para La Roja que ahora dirige Luis de la Fuente pero en la que la diferencia la hacen dos mocosos (chavales, para estar a tono) de 22 y 17 años. Nico Williams y Lamine Yamal fueron los que hicieron sonar las panderetas, las castañuelas y las gaitas.

Fue levemente mejor Inglaterra en la primera parte, sobre todo por el despliegue que empezaba en los cuatro del fondo que a veces se transformaba en línea de tres por las subidas de Walker o de Shaw y tomaban en superioridad numérica a Rodri y Fabián, sumados a Rice y Mainoo. El resto era ajedrez, mano a mano. Cucurella con Saka, Dani Carvajal persiguiendo a Bellingham cuando su compañero del Madrid se tiraba al medio para reunirse con Foden. Y Walker y Shaw con Nico y Shaw si no se iban a la aventura. Pero Inglaterra no tiene gol ni tiene ángel. Premio testimonial de haber sido algo mejor.

España perdió a Rodri, lesionado, que salió en el entretiempo. Pero se llevó la lotería en la primera jugada que nació del fondo con Simón, siguió por Dani Carvajal, por Fabián y llegó a Lamine. El chico atrajo ingleses como un papel matamoscas y quedó un hueco del otro lado. Walker se cerró. Demasiado espacio para que Williams cruzara el zurdazo del 1-0.

Ahora sí, España empezó a ganar confianza desde la posesión y a hacer circular la pelota. Los ingleses corrían detrás, como gatos persiguiendo ratones. No cazaron ninguno. Pero como el fútbol es fútbol, el recién ingresado Cole Palmer (otro de la nueva generación) se animó desde lejos y empató el partido con un remate preciso.

Fue un revulsivo para los ingleses que empezaron a creer en sí mismos y en que dar vuelta el partido como una tortilla era posible. España iba de contra. Con espacio para las flechas que tiene en las bandas. A veces faltó precisión en las habilitaciones y todo se diluía en Stones o en Guehli. Y se iban nomás al empate y del empate al alargue o a los penales.

El estupendo estadio de Berlín era un caos. Tensión en las tribunas. Tensión en los bancos. Tensión dentro del campo. Los dos querían definirlo. Pero no podían. Esa tensión y el esfuerzo físico, no solo del partido sino el acumulado de toda la Euro, pasaba factura. No había claridad para pensar. No había precisión en los pases. La frustración cambiaba de terreno según se fracasara en el ataque.

Hasta que llegó esa jugada de la nada. Ese pique de un Oyarzábal fresco, con apenas 20 minutos en el campo ,y la avivada del jugador de la Real Sociedad para ganarle la posición a Guehli y puntearla a la red. Y sonaron las panderetas.





Fuente Clarin

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