«¡Nos vamos a la B!», bramaba el Tano Pasman, en uno de los primeros momentos virales de las redes sociales, cuando River se terminaba de desintegrar en la Promoción contra Belgrano de Córdoba. Con una taquicardia galopante, ignorando (o no) que su familia lo estaba grabando con un celular, el hombre encarnó como nadie el dolor, la bronca y la impotencia que sienten los hinchas de fútbol cuando su equipo pierde la categoría. Un drama, deportivo, claro, que sufrimos casi todos.
Irse a la B es un fastidio por donde se lo mire. Descender a la Primera Nacional hoy es como caer con un avión en el medio de la selva. Allí son, por ahora, 38 los equipos que hay que vencer y miles los kilómetros que hay que recorrer, con ingresos exiguos por derechos televisivos y pérdidas por donde lo mire, para volver a ser de la elite. Pero está lejos de ser la muerte.
El caso testigo es el propio River. Su paso por la Primera Nacional significó la plataforma de despegue para convertirse (nuevamente) en el club más poderoso de la Argentina. Tiene, tal vez, el plantel más rico y es dueño de uno de los pocos estadios primermundista, con un campo de juego ídem, del país. Se fue a la B. Pero volvió más fuerte.
El caso de River, sin embargo, no es la regla. Hay clubes que bajaron y no pudieron volver. Ferro Carril Oeste lleva 24 años deambulando en el Ascenso. Atlanta ya cuenta cuatro décadas sin poder recuperar la categoría. Y los casos siguen. Pero no se trata simplemente de mala fortuna. También fueron víctimas, como muchos otros, de malas administraciones.
No es el caso de la AFA de Chiqui Tapia, que sufre un peculiar síndrome de las dos caras. «Refundamos el fútbol argentino», se jacta el hombre que acaba de ser reelegido por unanimidad para continuar en su cargo hasta 2028 en plena guerra con el gobierno nacional. Y, en parte, tiene razón. La prueba es todo lo que consiguió la Selección Argentina en los últimos tiempos. Es mérito de los jugadores, con el enorme Lionel Messi a la cabeza. Es mérito del cuerpo técnico que encabeza Lionel Scaloni. Pero también es mérito de Tapia y compañía por haberles proporcionado el entorno ideal para que sólo piensen en jugar.
Parece sencillo, una obviedad. Pero no lo era. El propio Messi se encargó de pagar el sueldo de los empleados del predio de Ezeiza cuando todo estaba a la deriva luego de la muerte de Julio Grondona. Eso cambió con esta gestión. Y hay que recoocerlo. Es más, los otros seleccionados -los juveniles, el futsal, el femenino- también crecen al calor de la Scaloneta. Así como también la tesorería, que aprovecha el éxito deportivo para multiplicar ingresos.
Pero todo lo bueno se desvanece con los manejos internos. La gran gestión a nivel seleccionados se desdibuja cuando uno pone la lupa sobre lo que sucede los torneos del fútbol argentino. Por más justificaciones que pongan, la anulación de los descensos es algo inadmisible. Y menos se puede admitir que la decisión se tome cuando ya se jugó tres cuartos de la competencia.
No es sano cambiar las reglas cuando se está por llegar a la meta. No es justo. No alienta la competencia. Cualquier cosa puede pasar en estas diez fechas que quedan por delante. Ya todos saben que su lugar en la elite no corre riesgo. Nada que perder. Pero también nada por ganar porque algunos están lejísimo de pelear por llegar a las copas internacionales. Todo con el fantasma de las apuestas deportivas merodeando con insistencia.
El torneo de 30 equipos, ese adefesio que Grondona nos legó y que Tapia intentó desarticular hasta que empezó a pensar a contramano y a decretar la sistemática anulación de los descensos con la complicidad de toda la dirigencia, es inviable. Porque, contando 30 por plantel, no hay 900 futbolistas con las condiciones de jugar en Primera División. Porque no hay, sin contar los que se encargan del VAR, 15 árbitros con la idoneidad para dirigir partidos de la máxima categoría. Porque no hay horarios, por más que se dividan en cuatro días, para que todos puedan ir a la cancha o ver el partido por televisión. Porque no hay chance de que los clubes más chicos, con menos presupuesto, puedan hacerle frente a los más poderosos, más allá de esa lotería que pueden resultar los playoffs de las renovadas Copas de la Liga.
Por más que muchos lo celebren al grito de «dale campeón» y algunos aseguren que garantiza mayores ingresos de dinero, la competencia se resentirá más allá del ADN de lucha y resiliencia del futbolista argentino. Que no haya descensos y que el torneo vuelva a ser de 30 equipos es irse a la B. No es un drama. Pero es un problema gigante.