La derecha cruzada, que levanta polvo de ladrillo y ya no regresa, marca el final de la batalla. Entonces Novak Djokovic larga la raqueta, que queda olvidada cerca de la línea de fondo, mira hacia su box como incrédulo y se toma la cabeza. Segundos después se arrodilla sobre el polvo de ladrillo, cerca de la red, donde se queda unos minutos, tratando de entender qué acababa de hacer, mientras le tiembla todo el cuerpo. Se sienta en el banco, esconde el rostro en la toalla y luego toma una bandera de Serbia y la eleva al cielo. Y por fin reacciona: salta de la silla y corre por las tribunas, saltando butacas y esquivando espectadores que quieren felicitarlo o palmearle la espalda, hasta que encuentra a su equipo y con su familia, los abraza y llora, sin ocultar la felicidad y la emoción.
A algunos metros de distancia, aún de pie en la cancha, Carlos Alcaraz también llora. A pesar de que el público le regala una ovación enorme y logra robarle una sonrisa, el español no puede contener las lágrimas. Las suyas, igual, son de desilusión, de tristeza.
«Estoy un poco decepcionado pero, sinceramente, saldré de aquí con la cabeza muy, muy alta. Di todo lo que tenía. Pelear por España lo fue todo para mí. Estoy orgulloso de la forma en que jugué», alcanzó Carlitos a decir antes de quebrarse.
Esas secuencias fueron las dos caras de la moneda de una final olímpica, que pone en juego quizás el premio más especial para los atletas. El que consiguen con los colores de su bandera y en representación de todo un país. Y esta vez, por primera vez, en este Philippe Chatrier a pleno que fue una enorme fiesta, la moneda cayó del lado del serbio.
Nole quería la medalla dorada. La tenía entre ceja y ceja porque se le había escapado demasiadas veces. La deseaba al punto que se había transformado en una necesidad. En la gran cuenta pendiente de su carrera Y finalmente, la pudo conquistar para convertirse en apenas el quinto jugador en la historia en completar el Golden Slam, que consiste en ganar los cuatro Grand Slams y el oro olímpico en singles. Ahora, Nole se sienta a la mesa junto al estadounidense Andre Agassi, la alemana Steffi Graf, el español Rafael Nadal y la estadounidense Serena Williams.
«Estoy abrumado. Sintiendo diferentes emociones. Muy orgulloso. Muy feliz. Emocionado con la posibilidad de ganar un oro por primera vez en mi carrera para mi país. Posiblemente es mi mayor éxito. Probablemente gané todo lo que se puede ganar en mi carrera individual. Conquistar la Davis y, en particular, un oro olímpico para Serbia a los 37 años no tiene precedentes”, comentó el balcánico tras esa luchada pero merecida victoria ante el murciano por 7-6 (7-3) y 7-6 (7-2), que le permitió “completar su rompecabezas”.
“Ahora está completo. Siempre me digo a mí mismo que soy suficiente. Porque puedo ser muy autocrítico. Es una de las batallas internas más grandes que sigo librando conmigo mismo. Que siento que no he hecho ni sido suficiente en mi vida dentro y fuera de la cancha. Entonces es una gran lección para mí. Estoy súper agradecido por la bendición de ganar una medalla de oro histórica para mi país. Para completar el golpe dorado. Para completar todos los registros. Creo que ahora sí, esto es suficiente”, afirmó.