Durante décadas, especialmente entre 1950 y 1980, Alain Delon fue considerado el hombre más lindo del mundo. O al menos de Francia. Pero en una ciudad mediana de la región Ródano-Alpes, Saint-Étienne, un futbolista argentino fue capaz de pelearle de igual a igual en belleza y popularidad al mítico actor: Osvaldo Piazza, zaguero central que hizo historia en la Association Sportive de Saint-Étienne, el equipo local. “En Francia me aman porque aprendí a vivir y a sentir como ellos. A la ciudad vuelvo todos los años y llego a Argentina con cinco kilos extra de lo bien que me tratan. Paso momentos que son caricias al alma a esta edad que tengo. De los catorce que llegamos a la final de Europa, solo dos fallecieron”, le dice Piazza a Clarín.
Piazza, que vive en el barrio de Núñez, cuenta que todos los años regresa a Saint-Étienne -el sitio donde debutará la Sub-23 de Javier Mascherano contra Marruecos por la primera fecha de los Juegos Olímpicos- para jugar un torneo de golf que organiza con sus antiguos compañeros de cancha. “A mí siempre me trataron de una manera especial por ser extranjero. En esa época éramos solo dos de afuera: yo y el arquero Iván Curković, de Yugoslavia. En Francia me enseñaron a jugar al fútbol en equipo, entendí lo que era ponerse a disposición de un objetivo grupal. Y di todo lo que tenía. Ahora, entre otros honores, tengo el de ser el padrino del restaurante (Brasserie Geoffroy Guichard) que está en el estadio”, cuenta el nacido en Lanús hace 77 años.
A Piazza le costó llegar a donde llegó: tuvo que trabajar incansablemente. Y no se dice esto en sentido metafórico: tuvo distintos oficios desde los 12 años hasta que firmó su primer contrato con Lanús, a los 18. “Lo primero que hice fue ayudar a mi papá, Walter, que se encargaba de organizar los campeonatos de billar y de arreglar las mesas. Después fui pizzero, despachante de encomiendas, hielero y zapatero; hice de todo porque había que dar una mano. Nosotros éramos siete hermanos”, recuerda.
-¿Cómo llegás al fútbol profesional?
-Toda la vida soñé con jugar. Empecé en el club de barrio y pasé por Independiente. Me ponían de 10 y andaba bien. Pero en un momento me molesté por algo que sucedió y no fui más. Además, le empecé a agarrar el gusto al baile, a las salidas. Una tarde, tomando un vermouth, Ramón Cabrero me invitó a ir a Lanús. Tenía 15 años. Me probé y quedé; fui capitán en todas las categorías, pero el último en debutar de mi camada.
Parece absurdo en la actualidad, pero en la década del 70, llegar a ser profesional no era sinónimo de salvación económica. “Los primeros años fueron duros. Se cobraba poco y cuando se podía. Con mi señora teníamos una hipoteca para la casa y tuvimos la suerte de que nos ayudó el Director del Banco Provincia de Lanús. Nos hicieron un préstamo de 2 millones de pesos y con eso salimos adelante porque pagamos la casa y pudimos poner una boutique en Banfield que no paraba de vender», asegura.
-¿Vendías ropa al mismo tiempo que jugabas en Lanús?
-Se encargaba más mi señora, pero yo la acompañaba a Once, en colectivo, a buscar las telas. O les llevaba los vestidos a las mujeres que se casaban.
-¿En ese momento te llega la oferta de Francia?
-Sí, me vieron en un partido en la Bombonera en que íbamos ganando 2-0 y perdimos 3-2. Me ofrecieron un buen contrato y no pude decir que no. Norma, mi señora, no quería ir porque nos estaba yendo bien con la tienda de ropa. Todas las buenas me vinieron juntas porque en ese momento José Pizzuti me llevó a la Selección para jugar la Copa Independencia en Brasil.
En Saint-Étienne, entre 1972 y 1979, Piazza alcanzó su mejor versión como futbolista: ganó 3 campeonatos y 3 Copa de Francia. Además, fue subcampeón de la Copa de Europa en 1976. “Me costaron los primeros meses porque allá se jugaba de otra manera. Hasta que el técnico, Robert Herbin, me propuso jugar de stopper. Para mí ese era el puesto más ingrato del fútbol. Pero acepté y empecé a rendir: llegaba varias veces por partido al área rival. Hasta metía goles porque anticipaba al delantero y seguía corriendo. En esa época tenía el pelo como Tarzán y chocar contra mí era como hacerlo contra una montaña. Creo que jamás gambeteé a nadie: se corrían para que no los chocara. Con esas jugadas lograba levantar a los hinchas y por eso me adoptaron. Me decían ‘bisonte’, ‘bestia’, ‘toro’, todas cosas de bruto”, explica.
-¿Todavía te duele la final perdida ante Bayern Múnich?
-Fue difícil. Habíamos dejado afuera en cuartos a Dinamo Kiev, que era el mejor equipo por lejos. La final se jugó Glasgow, Escocia, y viajaron un montón de franceses. Me tocó marcar a Gerd Müller y me acuerdo de que Franz Beckenbauer le decía que me siguiera si me iba al ataque. No ligamos esa tarde porque pegamos un par de tiros en los palos. Encima hice la falta del tiro libre que terminó con el gol de Roth.
Los dos mejores líberos de Europa a mediados de los 70. Piazza (Saint-Étienne) y Beckenbauer (Bayern Munich). Kaiser es sin duda el mejor de todos los tiempos. Diferentes, pero espectaculares de ver. Uno todo potencia y arrojo, el otro pura elegancia e inteligencia. pic.twitter.com/5DEXUxOs6z
— Cabeza (@21zz5) June 15, 2024
-¿Ahí es cuando te ganás el cariño de todos los franceses?
-Sí, porque representábamos al país más allá del club. Además, justo en esa Copa se empezaron a televisar en vivo los partidos y nos miraban todos. Por eso nos convertimos en leyendas. Volvimos a Francia desde Escocia y nos recibieron como héroes. Hasta nos hicieron desfilar en París, en Champs-Elysées. Nos subieron a cada uno en un auto descapotable verde con el número de nuestra camiseta y pasamos saludando a todos los que estaban al costado de la calle.
Tuvo que sortear un trago amargo Piazza en 1978. César Luis Menotti lo había llamado para jugar el Mundial y Osvaldo se vino a preparar al país. Llegó el 3 de abril para entrenarse en el Sindicato de Seguros de Moreno bajo las órdenes del Flaco. Y, cuatro días después, recibió un llamado impactante: su mujer y sus dos hijas, Sidoni y Jennifer, habían protagonizado un accidente en auto cuando viajaban a Cannes. Sin dudarlo, Piazza retornó a Francia y se despidió de la posibilidad de disputar el Mundial. Sí, hubiese sido campeón del mundo. “Tuve que llamar a Menotti y decirle que me bajaba de la Selección. Mi hija menor tenía 15 días. Estuvieron 3 días internadas en terapia intensiva”, rememora.
Luego, de la mano de su amigo Carlos Bianchi, trabajaría como entrenador de la Reserva de Vélez para luego dar el paso a Primera. “La mejor virtud de Carlos es que dice y hace las cosas en el momento justo. Ni un centímetro más ni uno menos. Yo heredé el equipo de Vélez de él y salimos campeones del Clausura 1996, de la Supercopa Sudamericana 1996 y de la Recopa 1997”, suelta.
-¿Por qué dejaste de dirigir?
-En 2004 perdimos una Promoción con Atlético de Rafaela contra Huracán de Tres Arroyos y me putearon tanto que me cansé. Llegué a mi casa y dije no dirijo más. Y así fue.
-¿Es verdad que te emocionás viendo jugar a Messi?
-A Messi lo amo, al igual que a Maradona. Leo resistió muchos golpes inmerecidos. Acá se le criticaba hasta que no cantaba el himno. Yo no hubiese aguantado todo lo que aguantó él. Por eso me emocioné cuando ganó el Mundial. Para mí, Messi es el mejor futbolista de la historia y Maradona el mejor artista.