La bisagra entre el rugby amateur y profesional tiene en Los Pumas un capítulo especial. La historia puede contarse con un interrogante planteado más o menos de esta forma: ¿Qué hacemos con Los Pumas que son amateurs y enfrentan a profesionales y les va bastante bien? De esa disyuntiva nació el Plan Nacional de Alto Rendimiento que fortificó la estructura local y terminó ubicando al equipo nacional entre los mejores del mundo.
«Lo mental no fue prioridad, eso vino después», asume ahora Francisco Rubio, gerente de Alto Rendimiento de la Unión Argentina de Rugby (UAR), entidad que desde hace dos años insertó un enfoque que se convirtió en uno de los cinco pilares en los que se sostiene la estructura de los distintos seleccionados que representan a la disciplina.
De la UAR se desprenden varios seleccionados: Los Pumas son la nave insignia, pero también están las Yaguaretés, Pumas’7, Pumitas M20, Argentina XV y las franquicias Pampas, Dogos y Tarucas, además de las academias formativas. Cada espacio está atravesado por el Área de Bienestar y Desarrollo del jugador, que coordina el psicólogo deportivo Javier Villa.
Lo «mental», se volvió tan prioritario como el resto de los aspectos centrales de la formación y desarrollo de los jugadores de la UAR. «Estamos en el presente, durante la carrera y luego en retiro», abunda Villa, que desde hace casi dos años coordina un entramado que apunta, sencillamente, al bienestar de los deportistas.
El factor psicológico resulta el soporte para el manejo de la presión, desarrollo de resiliencia y crecimiento personal. Se sumó a los otro cuatro pilares que identifica la UAR como fundamentales en su estructura: el físico, técnico, táctico y nutricional.
«La cuestión derivada del aspecto psicológico tiene muchos aspectos. No es una sola. Por ejemplo, la gestión del tiempo es uno de los aspectos que trabajamos y aunque no parezca está perfectamente ligada al juego», indica Villa en una conversación junto a Rubio de la que participó Clarín.

La gestión del tiempo encierra varios propósitos. Tiene que ver con encontrar el espacio y dedicarle la atención a las instrucciones técnicas que, por ejemplo, reciben de parte del staff técnico, independientemente de la categoría en la que se encuentren. La bajada de la información, además, tiene que ser lo suficientemente precisa para captar la atención, principalmente de las generaciones más chicas.
«Muchos chicos ya legan con interés por la formación académica. Otros no. Y hay un vínculo entre el estudio y la organización del tiempo y un posterior entendimiento de algo específico del rugby como un plan de juego. El estudio encierra la noción de disciplina», grafica Villa, el psicólogo, que no tiene un trato individual con los jugadores, sino que supervisa las conductas, que pueden ser reportadas desde los diferentes entornos del jugador.
Existe un «protocolo de salud mental» con intervenciones indirectas, en el que un entrenador, el manager, la familia y hasta los propios compañeros, médicos o nutricionistas que pueden encender una alarma para que la intervención de Villa se focalice.
Los abordajes son variables. Se aplican al uso de redes sociales, el contacto con la prensa, los ofrecimientos prematuros para dejar el país y pasar a las formativas de clubes europeos o la vaivenes emocionales de la vida misma.
De hecho, no sólo funciona puertas adentro. Las familias de los jugadores -principalmente en las etapas juveniles-, tienen especial atención. «Cuando los chicos comienzan con un plan nutricional, puede pasar que llegan a la casa y rechazan la comida que siempre comieron y eso puede generar un conflicto, entonces tenemos reuniones con padres para atender esas y otras inquietudes», explica Villa.
También existe un «protocolo de bajas» que se extiende no solo a la familia, sino a los clubes de origen. Existen experiencias en las que las convocatorias no se extienden más allá de los tres meses del contacto inicial en la Academia. «La frustración es lo primero que aparece», asume Villar.

Ese protocolo se activa con una comunicación a la persona del club referenciada en la UAR para hacer un seguimiento del jugador y estar atentos «al manejo de la frustración». Si bien el pasaje trimestral por la Academia puede sonar trunco, existen herramientas que los chicos se llevan incorporadas para desarrollar en los clubes de origen.
Principalmente entre los adolescentes, el área de Bienestar y Desarrollo no solo involucra el amplio espectro que encierra la denominación de «salud mental», sino también los derechos sexuales y al educación financiera.
¿Y para Los Pumas, es decir los Matera, Kremer o Carreras? En la UAR cuentan que en ese nivel la mayoría de los jugadores cuentan son su propio psicólogo en la vida personal, aunque el protocolo también está vigente para ellos.
De hecho, decir «ellos» es involucrar a las camadas más jóvenes que sí tienen desde el inicio de su formación la estructura que para los más grande es una novedad que no los constituyó en su formación.
La gran pregunta podría ser si esas herramientas cambiaron algo en la formación de los jugadores, más allá de las personas. «Sí, se involucran en situaciones, levantan la mano para decir ‘esto lo quiero hablar con el psicólogo'», admite Villa.
«Entendemos que un jugador de rugby de alto rendimiento no es solo un atleta, sino una persona que enfrenta desafíos constantes. Nuestra misión es equiparlos con todas las herramientas necesarias, no solo para alcanzar un mejor rendimiento en la cancha, sino para que su experiencia sea gratificante y sostenible a lo largo del tiempo», sintetiza Rubio, el gerente de un área que nació cuando la problemática solamente pasaba por equiparar a Los Pumas con el profesionalismo que miraban desde afuera