La noticia de la muerte de María Victoria De La Mota Claverie, la esposa del golfista argentino Emilio ‘Puma’ Domínguez, causó conmoción este fin de semana en el mundo del golf. El puntano, de 38 años, debió retirarse de un torneo en Guadalajara al enterarse que la condición de salud de su mujer se había deteriorado mientras estaba internada por haber contraído dengue en San Luis. El desenlace trágico ocurrió el sábado mientras el deportista volaba de regreso a la Argentina y fue confirmado desde la página oficial del circuito latinoamericano del PGA.
El Puma Domínguez y De La Mota Claverie se habían casado en 2016 y habían tenido dos hijos: Constantino e Hipólito, de 1 y 4 años. Ni bien se conoció la noticia de su muerte, las redes se inundaron de fotos de la pareja y de mensajes de dolor.
Victoria fue despedida el domingo en el Jardín del Recuerdo de la capital de San Luis en una sentida ceremonia. Y en estas horas se conoció un emotivo poema que le dedicó su mamá, Lis Claverie, en medio de un dolor profundo.
Se trata de un texto escrito por el poeta Miguel Hernández, que se llama Elegía, y que el español escribió en homenaje a su amigo Ramón Sijé después de su muerte en 1935.
Lis es escritora y tiene un fondo de color negro en el avatar de sus redes sociales, en clara señal de luto. La mamá de Victoria eligió titular su posteo con una frase desgarradora: «Mi hija pequeña ha muerto».
El poema completo de la mamá de María Victoria de La Mota Claverie
Mi hija pequeña ha muerto.
Yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañera del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas y órganos, mi dolor sin instrumento, a las desalentadas amapolas, daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos, y sin calor de nadie y sin consuelo voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte, el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes, sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes, quiero apartar la tierra parte a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte y besarte la noble calavera y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera: por los altos andamios de las flores pajareará tu alma colmenera de angelicales ceras y labores. Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas, y tu sangre se irá a cada lado disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado, llama a un campo de almendras espumosas mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañera del alma, compañera…