Se acabó la playa, el shopping y la previa de los hinchas de Boca, maravillosa pero en definitiva una excusa para lo que realmente vinieron a ver. O mejor dicho, a hacer: emparejar el partido contra el Benfica en la tribuna porque en su debut en el Mundial de Clubes los de Russo jugaron con 12.

Se llegó al Hard Rock Stadium como se pudo, desafiando al tráfico y a un sol que achicharra en una ciudad que no conoce las sombras. Los primeros en llegar a sus butacas mezclaban selfies y el «no importa en qué cancha juguemos» salido del corazón pero el show yanqui tenia otros planes. Todo lo que se vio en el partido de Messi pero ante un público al que no le importaba lo que decía en english una conductora chillona. ¿Lo más insólito? Una «emoji cam«: hincha qué aparecía en la pantalla, hincha al que le ponían una carita sonriendo, llorando, con anteojitos y así. «Divertidisimo» dijo nadie, nunca.

De movida, Boca y sus hinchas parecieron dejar atrás la última pelea, esa fea imagen de la derrota con Independiente, y el reencuentro fue una reconciliación fogosa e inmediata. Eso sí, en el aplausómetro las únicas dos ovaciones fueron para los Migueles, Merentiel y al recién llegado Russo, el hombre que con su sonrisa cura heridas.

El mensaje de la hinchada pegó de entrada: «Para ser campeón, hoy hay que ganar…». Acá no había Primer Mundo ni favoritos. Tampoco campeones del mundo: se lo chifló feo a Otamendi, finalmente verdugo, y el cariño por Di María entró en un impasse cuando Fideo intentó meterla de córner. «A quién te comiste, Angelito?», le gritó uno.

Se paró a tomar agua en dos ocasiones en el primer tiempo, y otra vez el DJ con su manía de cortar los climas. También lo nunca visto, cumbia después de los dos goles, tapando el estallido de la gente. Importó poco postergar un rato el «Y dale Boca, dale» si el 2-0 parecía producto de la insolación.

Boca jugó con 12 pero los portugueses parecía que también porque el árbitro César Ramos marcó -correctamente- un penal por VAR cuando todo parecía controlado. Lo que sacó a los hinchas, sin embargo, fue que en el cierre del primer tiempo jugó 8 minutos cuando sólo había adicionado 6. Nadie tenía claro su nombre pero sabían que era mexicano y se acordaron de toda su familia… «Nos perjudican en todos lados, no se puede creer», comentó uno con miedo a pasarse con alguna mala palabra, ante la atenta mirada de un policía serio que parecía no entender dónde estaba. Penal y gol de Ángel Di María, a sufrir.

En el segundo tiempo se miró demasiado el reloj, jugadores e hinchas. Y cada choque, despeje al cielo y trampita para hacer tiempo se celebraba, lo mismo que la tarjeta roja a Belotti. Pero lo que pintaba para triunfo y fiesta terminó en resignación, y por culpa del que nadie quería que festeje: Nicolás Otamendi. El ex Vélez que se declaró hincha de River lo gritó desafiante y se fue ensayando una banda sobre su pecho, respondiendo así a los cantitos xeneizes recordándole descensos.

Fue un 2-2 con sabor amargo cuando muchos firmaban un empate, por eso se aplaudió y mucho cuando terminó el partido. «Ahora hay que hacerle partido al Bayern y golear a los neozelandezes sabiendo qué resultado necesitamos», comentó uno, con optimismo. El partido con los alemanes es el viernes, mientras tanto otra vez a la playa.



Fuente Clarin

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