“Para toda la gente de Racing que está en Paraguay, para toda la gente que está en el Cilindro: ¡acá está Racing, papá!” dice Pepo desde Asunción y, en Avellaneda, la gente también se enciende y canta sin reparar -o haciéndolo con total naturalidad- en lo que dice el cantante. ¿Dónde está Racing? En todos lados y a la vez. Sin importar el resultado, que fue el esperado, otra vez dirá que llenó dos estadios al mismo tiempo. Y los que no entraron a ninguno y lo terminaron viendo en la calle -hubo algunas corridas con la Policía aunque sin heridos ni detenidos-, darán cuenta del fenómeno. Racing es el nuevo rey de la Copa Sudamericana. De Avellaneda a Asunción y de Asunción a cualquier rincón del mundo donde late un corazón blanco y celeste.

El ramal del tren Roca que para en Lomas de Zamora llega cargado. En el andén, el guarda que en la semana verduguea a los que no pagan boleto, indica amablemente a los que tienen camiseta de Racing y saltaron el molinete, que vayan al fondo. El último vagón se nutre en cada estación de hinchas que van a la cancha para ver a su equipo, que juega en Asunción.

La bajada del Puente Pueyrredón es un embudo. Llegan de la Ciudad una buena cantidad de autos que se estacionan en la avenida Belgrano o Mitre, para ganar posiciones en la caravana de vuelta a casa. Los trapitos recaudan, igual que las cocheras con precio de cancha.

En Avellaneda el cemento le suma grados a la sofocante sensación térmica. “Hay cerveza, Racing, cerveza fría y ferné, Racing”, pregonan los que le sacan unos 50 mil pesos a cada heladerita cargada con latas y hielo. Hay dos o tres por cuadra camino a la cancha y todos trabajan. El operativo policial apenas se distingue, si no fuese por los detalles que los caracterizan “¿Entrada de prensa?, sí tenés que pegar toda la vuelta”, dice la mujer policía de ropa oscura y mangas largas que flanquea la entrada en cuestión a 20 metros de su espalda.

Para Racing no importan las distancias: llenaron el Cilindro para ver la final de Paraguay. Foto: Juano TesonePara Racing no importan las distancias: llenaron el Cilindro para ver la final de Paraguay. Foto: Juano Tesone

Adentro canta Antonio Ríos y todavía queda algo de lugar: están habilitadas las tribunas laterales y la cabecera que antiguamente ocupaban los visitantes. El “nunca me faltes” se canta con fuerza en la calle y adentro. Si no fuese por el sistema de audio y las pantallas gigantes en el centro del campo, cualquiera podría intuir la final de la Sudamericana se juega ahí.

Pero lo siguiente que sale al campo de juego es Yerba Brava: un popurrí de cumbia villera de principios de este siglo que traslada la memoria emotiva al paso a paso de 2001 y en el Cilindro se canta y se baila como entonces, cuando la distancia al último título se contaba en décadas… como el sábado a la tarde estaban las cuentas respecto al último título internacional.

Igual que en Paraguay, afuera queda más gente de la que puede entrar en las tribunas habilitadas. En la calle, entonces, el humor alcanza la misma temperatura que refracta el pavimento. Hay algunas corridas y una decisión: abrir también la cabecera que estaba vacía aunque no tuviera de frente una pantalla.

Los hinchas de Racing entran igual, aunque sea para escuchar lo que los otros ven, que en definitiva es algo que tampoco está pasando en esta cancha. Los que quedan afuera se reparten en las plazas y bares. La calle Italia, una de las céntricas de Avellaneda, se volvió peatonal: está llena de hinchas en situación de tribuna, cantando y saltando.

Antonio Ríos, con la de la Academia, antes de cantar. Foto Juano Tesone Antonio Ríos, con la de la Academia, antes de cantar. Foto Juano Tesone

Adentro, súbitamente la gente comienza a aplaudir con rabia porque en las pantallas se ve como el equipo de Gustavo Costas deja el campo de juego y se marcha al vestuario. En Paraguay el público de la Academia los despide con un aplauso que se replica en Avellaneda donde se ve a los jugadores levantando los brazos frente a la cámara.

El momento surrealista inaugura lo que siguió en el partido: el grito de gol fallido del comienzo, las puteadas al árbitro y los silbidos al rival, gente ejerciendo su papel de hincha, aunque nada tuviese incidencia en el desarrollo del juego. Los goles se gritan dos veces, porque las repeticiones también renuevan la emoción y la intervención del VAR exaspera vía satélite.

El descuento de Cruzeiro tensó algunas emociones. El pitazo final, en cambio, fue un desahogo fenomenal. La suma de todas las individualidades, esos pensamientos para los hinchas que no están y las promesas que ahora demandan cumplimiento, se funden en un abrazo con el desconocido que llora al lado y el grito de «Raaacing» por toda explicación.

Cuando la Copa Sudamericana sea un recuerdo lejano, todo hincha de la Academia atesorará el mismo momento, sin importar en cuál de las canchas estuvo o si lo vio de parado en una pantalla indescifrable en medio de la calle. “Acá está Racing”, decía Pepo y no se equivocaba.

Fiesta en el Cilindro para ver la final de la SUdamericana. Foto Juano Tesone Fiesta en el Cilindro para ver la final de la SUdamericana. Foto Juano Tesone



Fuente Clarin

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