Boca, Boca, Booooca. Lo único que se ve en Miami es Boca. Incluso se lo menciona más que al Mundial de Clubes, el torneo de 32 equipos que ya tuvo el debut de Messi y la paliza histórica del Bayern Múnich al Auckland City, en el grupo del Xeneize. La playa, la noche, los shoppings, las rutas, ¡hasta Disney en Orlando!, e incluso el partido inaugural, todo en esta tiera lleva una referencia al equipo de Miguel Ángel Russo, que este lunes debuta contra Benfica en un partido que parece un mano a mano por la clasificación a la siguiente fase.
Hay bosteros en la cola del supermercado, arriba de una 4×4 que parece una nave espacial, esperando un Uber con la mirada en el celular, escuchando cumbia debajo de un árbol, llenando un restaurante de nombre argentino y descontrolando el puesto de un guardavidas digno de Baywatch.
Toda esa marea de colores azul y amarillo, canciones e historia finalmente hizo eclosión, la tarde del domingo, en la previa del estreno ante Benfica, cuando todos los bosteros en suelo estadounidense se acercaron a Miami Beach para sentirse por un rato en la Bombonera. Fue en “Collins y la 80”, una intersección que en boca de los bosteros pareció la Costa Atlántica.
Llegaron todos. Los que pagaron el vuelo con el aguinaldo de diciembre, cuando se definieron las sedes, y ahora están bancando la estadía con el de junio. Pero también están los que sacaron “la lechuga” del colchón, los que combinaron vacaciones y los que tienen algún departamentito disponible frente al mar. Y claro que se acercaron los que viven acá, los que salieron hace poco o hace décadas desde Ezeiza con una lágrima, enojados y tristes, y los que no son argentinos pero aman a Boca, que son muchísimos y no les importa el miedo que mete Trump. Y no faltó “la contra”, porque una avioneta voló con una pancarta que les recordó a todos que “moriste en Madrid”, una pequeña revancha ante tanto “el que no salta, se fue a la B”. This is Boca, todos somos Boca.
Los testimonios emocionan porque acá no hay drama, es todo alegría, reencuentro, celebración. “Miren lo que somos, lo que es Boca”, es lo que se repite con orgullo, entre abrazos, Iphones y mucha pilcha con pinta de ser nueva. Hay cumbia y un señor que manejó 24 horas desde Toronto para ver a Boca. Un chico que con picardía le promete a la novia que si salen campeones se casan. Una bandita de nueve amigos y amigas de Pompeya que van a conocer Nueva York gracias a Boca porque vieron que para el último partido en precio les convenía hacer escala allá en vez de volar directo. Otro que a los 52 saca chapa de que estuvo en Tokio contra el Real Madrid. Y un señor que fue con sus hijos y sus nietos, y pasa de los gritos al llanto porque habla de su viejo y se acuerda de que es el Día del Padre.
En el banderazo de Boca se pueden comprar cosas. Las camisetas truchas (pero truchas buenas) se venden a 40 dólares; el piluso y las gorritas, imprescindibles, valen 30; la cerveza sale 5. Lo que no se vende es la ilusión. “El partido es contra Benfica”, repiten todos, a la vez que estallan cuando se enteran de que el Bayern le metió 10 al Auckland. “Ponga huevo huevo los Xeneizes…”, se pide, “que este lunes tenemos que ganar”. Parece mentira que el último partido de Boca fue contra el Rojo en una Bombonera que fue puro reproche. Del miedo al papelón a la chance de sorprender a los portugueses y meterse en octavos. Y en caso de un paso en falso ya saben lo que sigue: “Le tendremos que ganar al Bayern, somos Boca…”.