Es injusto el deporte, eh, a veces es muy injusto… Es injusto que Lionel Messi haya tenido que verlo por la televisión, que Diego Maradona no pueda dejarnos una frase inmortal para describir lo que ocurrió en el estadio Monumental. El espectáculo que la Selección Argentina armó contra Brasil (4-1) estará guardado mucho tiempo en un lugar especial de los hinchas albicelestes. Fue mucho más que esos 25 minutos de fútbol total que motivaron el ‘Ole’ de las tribunas más rápido de la historia. Fue el broche ideal de una jornada que ya le había asegurado unas horas antes el boleto al Mundial 2026 -el número 19, 14 consecutivos- donde defenderá el título. Fue el resultado que le permitió, también, romper esa estadística que marcaba 20 años sin triunfos en casa contra el clásico rival.

Por eso parece injusto. Sí, solo parece. Porque en verdad es la real diferencia de un equipo consolidado, homogéneo, en el que como dijo el entrenador Lionel Scaloni no se resienten las ausencias. Ni siquiera la del mejor jugador de la historia. No hizo falta exhibir la tercera Copa del Mundo, porque el campeón está claro. Paradójicamente, en aquel junio de 2005 cuando fue triunfo 3-1, Messi también lo vio por televisión mientras esperaba para ser campeón del mundo Sub 20 en Países Bajos.

Pasaron 20 años y 20 partidos para que Argentina vuelva a festejar ante sus hinchas contra la Verdeamarela. Y la verdad es que si era para ver una victoria de esta forma, valió la pena la espera. Porque ni siquiera ese tramo de incertidumbre que pasó entre el error de ‘Cuti’ Romero que derivó en el descuento de Matheus Cunha y la definición de Alexis Mac Allister fue real. Fue el tiempo que Scaloni había anticipado que se iba a sufrir.

Tuvo 12 minutos soñados la Scaloneta. Inolvidables. Ni buceando en la historia pasada y reciente de este Superclásico se puede llegar a encontrar algo parecido. De hecho, por primera vez le pudo anotar dos goles en tan poco lapso de tiempo en un partido oficial. Julián Álvarez certificó por qué es uno de los mejores delanteros del mundo cuando olió un fallo y lo capitalizó en modo Qatar contra Croacia, y con ribetes de aquel de Mario Alberto Kempes en la final del Mundial 1978, incluso en el mismo arco.

La pelota iba a un ritmo inalcanzable para Brasil. Quedó demostrado en los 33 toques consecutivos que hilvanó de un lado al otro de la cancha hasta que Enzo Fernández corrigió en el segundo palo un buscapié de Nahuel Molina. Los hinchas estrujaban las cuerdas vocales para que el ‘Ole’ se escuchara hasta Río de Janeiro.

El tercero también fue un golazo. En una segunda jugada tras un córner, Enzo Fernández entonó a la perfección un centro al corazón del área y Mac Allister anticipó la floja reacción del arquero Bento.

Para esa altura Raphinha había sido el blanco natural del público, pero también de los jugadores. Tagliafico lo atendió con una patada que le valió la amarilla y armó tumulto y, cuando se iban a los vestuarios en el entretiempo, ‘Dibu’ Martínez le metió un topetazo a la carrera. Desafiar a la Selección Argentina, quedó demostrado varias veces, es solo un combustible que alimenta el hambre de un grupo.

Ese que se cristalizó en la voracidad de Giuliano Simeone para ir a buscar una pelota perdida y clavarla en el ángulo. Nunca nadie había podido convertirle cuatro goles a Brasil, que no había recibido esta cantidad desde el 1-7 contra Alemania, en las semifinales de ‘su’ Mundial 2014. Tampoco los dos máximos exponentes del continente se habían podido ganar los dos partidos desde que se instauró este modelo de Eliminatorias. El cabezazo de Otamendi en el Maracaná y este inapelable resultado, rompieron esa otra estadística.

A veces el deporte puede parecer injusto, eh… Pero por suerte hay una Selección Argentina que puso las cosas en su lugar, que agigantó su idilio con los hinchas pidiendo un minuto de silencio para Brasil y que regaló una actuación que dará la vuelta al mundo y que le mete miedo al resto del planeta. Al final, la paliza se la llevó Raphinha.



Fuente Clarin

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