El Palacio de Versalles, ubicado a unos 19 kilómetros al oeste de París, fue construido como un simple pabellón de caza, pero se terminó transformando en un símbolo del glamour y la opulencia de la realeza francesa de los siglos XVII y XVIII. Es un sitio icónico, cargado de historia y cultura, cuyos fastuosos jardines resultaron el escenario perfecto para recibir la elegancia de las pruebas de equitación de París 2024. En un estadio temporal abierto, levantando en la explanada Etoile Royale, al oeste del Gran Canal y con el majestuoso castillo de fondo, se definieron este martes las medallas del salto individual, con presencia albiceleste, la de José María Larocca.
El jinete argentino, de 55 años, se dio el gusto de disputar su primera final en su quinta participación en unos Juegos Olímpicos, aunque no tuvo una buena actuación. Completó el recorrido con un tiempo de 81s82 y 20 penalizaciones, que lo dejaron sin posibilidades de aspirar a un podio. Finalizó en la la 25ª posición, la mejor de su carrera olímpica. Y a la hora de analizar las razones de esa floja actuación (bastante inferior a la que había firmado en la clasificación), aseguró: «Tal vez no sentí al caballo al cien por ciento, tal vez un poco vacío, no sentí que tuviera la fuerza o el empuje que normalmente tiene. Al mismo tiempo, yo podría haber montado mejor, no fue el mejor día de mi vida y para competir acá, tenés que tener el mejor día de tu vida. En este resultado hay un poco de responsabilidad compartida».
¿Responsabilidad compartida? Sí, porque como explicó Larocca, el caballo «es tu compañero».
«Es en quién confías de forma ciega. Él tiene que confiar en vos y vos tenés que confiar en él, si no, no hay ninguna posibilidad de tener éxito. Lo más importante es la relación que formás con tu caballo. Tenés que saber cuáles son sus fortalezas, sus debilidades, cómo hacer para ayudarlo. Y él tiene que saber cómo ayudarte a vos cuando te equivocás. Conocerse es muy importante. Y te das cuenta cuando confía en vos. Por ejemplo, cuando tenés que enfrentar un recorrido como este, si no confía, no va a querer ir, se va a negar», aseguró.
-¿Entonces tiene un peso muy importante la relación que hay entre las dos partes del binomio?
Lo más importante es la relación. Si el caballo no está al nivel, no se puede hacer mucho. Y el jinete tiene que ser bueno también. Son importantes en partes iguales. Pero la relación es clave. Hemos visto casos excepcionales en los que jinetes que no son tan buenos han conseguido enormes resultados por la relación que tienen con el caballo. Eso es lo lindo de nuestro deporte. Tenés la parte humana, la parte animal y la relación entre los dos.
-¿Cómo es la relación con Finn Lente, el caballo con el que competiste acá?
Lo tengo hace seis años y hoy tiene 14. Como para este tipo de competencia tienen que tener una edad mínima de 9, lo empecé a montar cuando tenía 8 y enseguida nos empezamos a entender bien, bastante rápido. Al final de los 8 ya estaba saltando como un caballo grande. Y a los 9 conseguimos la medalla de plata en los Juegos Panamericanos de Lima. Es un caballo excepcional, es muy difícil conseguir uno que tenga todas las capacidades juntas que uno necesita para poder competir a este nivel. Y él tiene un poco todo. Llevamos seis años sin parar compitiendo en le más alto nivel, lo que es inusual, porque la mayoría de los caballos se cansan, se lesionan, pierden el corazón, pierden las ganas, y no tienen la misma calidad. Con él hemos mantenido el alto rendimiento por seis años, así que estoy muy orgulloso de todo lo que me ha dado.
Larocca contó que su caballo vino a París en un camión especializado, que puede transportar hasta siete animales y que como habitualmente viajan los caballos de los jinetes que compiten en el circuito europeo del más alto nivel. «Viajan con mucho confort«, aseguró. Que es habitual que a los caballos les realicen controles antidoping una vez en cada concurso; generalmente de orina, pero si no se puede recolectar esa muestra, de sangre. Y que también sienten la presión o la tensión de competir en un evento tan importante como estos Juegos, porque «sienten que hay un cambio en cuanto a lo que normalmente están acostumbrados a hacer».
Con 55 años, José María es un emblema de la equitación argentina. Y está muy orgulloso de serlo. Al clasificar a la final, y en medio de la polémica por el caso de Gonzalo Peillat, el lunes aseguró: «Prefiero salir último representando a Argentina, a nuestra gente, que obtener una medalla para otro país«. La aclaración hacía referencia a que a menudo se habla de su origen suizo, ya que él nació en Wettingen, una comuna cerca de Zurich. También es inevitable la comparación con Gonzalo Peillat que generó la gran polémica de estos día tras su gol a los Leones. Pero tras bajarle el telón a su participación en París, reiteró que es «argentino hasta las raíces».
«No soy suizo. Nací en Suiza y vivo allí hoy, pero no tengo mucho que ver con ese país. Mi madre nació en el norte de la provincia de Buenos Aires, en Colón, cerca de Pergamino. Mi padre en Concordia, al norte de Entre Ríos. Son cien por ciento argentinos. Él se fue a trabajar a Suiza por un año y medio y justo nací ahí de casualidad. Ni me acuerdo de eso. Volví a Argentina cuando tenía un año y viví ahí hasta los 24. Después, por cuestiones de trabajo, me mudé a Europa. Estuve doce años en Londres y después me fui a Suiza. Es una casualidad que haya nacido y haya vuelto a Suiza, que me encanta. Pero no hay dudas, mi país es Argentina», explicó.
Tanta pasión tiene por el país y por el deporte albiceleste que hace unos meses no dudó en darle una mano a una compañera de la delegación olímpica, Macarena Ceballos, para que pudiera cerrar de la mejor manera su preparación para París. Fue la misma cordobesa, tras su última competencia en la Defense Arena de París, quien reveló que recibió ayuda económica del jinete. Larocca contó que para él fue algo natural.
«Escuché que ella andaba necesitando un poco de apoyo para terminar su preparación. Me preguntaron si estaba en posición de apoyarla y dije que por supuesto. Para mí es un privilegio, un honor, poder ayudar a un atleta argentino. Tenía las posibilidades de hacerlo con Macarena y lo hice en forma personal, porque me gusta poder apoyar a la gente. Soy un amante del deporte en general y me da mucho placer ayudar a deportistas en general, pero sobre todo a los que tienen posibilidad de competir al más alto nivel mundial», contó.
En su quinta participación olímpica, Larocca se dio el gusto de competir en un lugar icónico y en un circuito especial, que tuvo varios guiños a París. Es que las vallas que debían saltar los binomios estaba decoradas con elementos emblemáticos de la capital francesa: una representaba la base de la Torre Eiffel; otra se apoyaba en una versión miniatura del Arco del Triunfo; había una que imitaba las clásicas estatuas parisinas, con los detalles en dorado en lo más alto; y otra en la que podía verse la clásica silueta de la Ciudad de la Luz. Y como un anuncio de lo que vendrá, el recorrido de la final arrancaba en un obstáculo que lucía el logo de estos Juegos y finalizaba en uno con el de Los Ángeles 2028.
Frente al circuito, se podía ver el enorme canal de los Jardines, que conduce hacia el legendario Castillo, un marco en el que Larocca y sus rivales, con sus elegantes atuendos y su perfecta postura sobre los caballos, encajaban a la perfección.
Ese escenario hizo aún más especial estos Juegos Olímpicos para el argentino, que se despidió con tristeza, porque no consiguió «el resultado que ambicionaba y que quería». Pero esa actuación por debajo de sus expectativas no le sacó las ganas para ir por un ciclo olímpico más.
«Si me preguntás si quiero seguir compitiendo, absolutamente sí. ¿Me gustaría llegar a mis sextos Juegos Olímpicos? Sí, pero veremos. Hay que estar en el momento, preparado, con todas las condiciones. Todo se tiene que dar», reflexionó. Y tras confesarse fanático del tenis, esbozó una sonrisa y afirmó: «Si Djokovic con 37 años puede ser campeón olímpico y seguir compitiendo en el más alto nivel, yo con 55 puedo seguir en equitación…».