Con toda su familia en las tribunas del estadio principal Philippe Chatrier, donde elevó su status a Rey tras conquistar en 14 oportunidades Roland Garros, Nadal se apoyó en el público que lo ovacionó desde su primer contacto visual y que también abucheó a Fucsovics, el enemigo casual de una batalla que evidentemente nadie está preparado para que termine.
«Rafa, Rafa», le gritó en el momento más importante del tercer y definitivo set, cuando sus errores con el revés causaban estupor y dieron paso a una recuperación inigualable, con un despliegue fantástico de opciones aprovechadas. Pasó del 1-2 y 0-40 con su saque en el tercer set a conseguir un triunfo épico que enloqueció al público.
Quiere la tercera, Nadal. Ya se colgó dos medallas doradas (singles en Beijing 2008 y dobles, con Marc López, en Río 2016), pero el cierre que ha soñado tantas veces cuando apoyó la cabeza en la almohada o cerró sus ojos antes de pisar el polvo de ladrillo del mítico club de Bois de Boulogne está un paso más cerca de concretarse.
Claro que ahora el destino ha querido que haya un choque de intereses: Nadal enfrentará al serbio Novak Djokovic en una de sus últimos cruces (¿o el último?) de una larga lista de batallas que han compartido en su carrera. Será el duelo número 60 entre ambos, un récord para cualquier choque individual de la historia del tenis.