Angelito Di María vivía en la calle Perdriel, una de esas calles angostas y con zanjas del barrio conocido como Unión, muy cerca del estadio de Rosario Central. En las grandes ciudades, siempre hay un potrero cerca y también un club. El primero de la vida de Di María se llamaba Torito. Angelito recorría a pie esas cinco cuadras con la ilusión y la ansiedad de jugar y divertirse.

Era mediados de los 90. Miguel, el padre, tenía una carbonería y luchaba todos los días para que Ángel y sus hermanas, Vanesa y Evelin, tuvieran lo que necesitaban. Su hijo que promediaba los 10 años ayudaba a ensobrar carbones; era común llegar a la escuela con las marcas negras que dejaba esa tarea.

La mamá, Diana, también salía a vender. Pedaleaba incansablemente en su bicicleta con Angelito detrás, una de sus hermanas adelante, un bolso deportivo, algo para comer y las bolsas de carbón para entregar en los barrios más difíciles de Rosario. Era una marca indeleble de sus orígenes que la familia nunca olvidó.

Di María nunca perdió esa esencia. Así llegó a la primera de Rosario Central. No sólo jugó en los mejores clubes del mundo, sino que fue compañero y escudero de los mejores futbolistas de su generación. Messi, Cristiano Ronaldo, Mbappé, Rooney, Neymar, Modric, Pogba… La Selección Argentina es un capítulo aparte. Goles importantes y golpes hasta llegar a la deseada redención. Un camino que lo llevó a ser, sin discusión, uno de los mejores futbolistas de la historia en celeste y blanco. ¿Top3? ¿Top 5? ¿Top 10? Es el Ángel de la Scaloneta.

Junto con Messi son los únicos dos jugadores en la historia del fútbol en ganar un Mundial Sub 20, una medalla de oro olímpica y un Mundial. Ostenta el récord de convertir goles en tres finales distintas con la selección de Argentina y es uno de los cuatro futbolistas que anotó al menos un gol en una final olímpica y una del mundo y uno de los dos futbolistas (junto con el brasileño Ronaldo) en marcar en una final de América y del mundo. Un elegido.



Fuente Clarin

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