Hace diecisiete años fue una criatura a la que apadrinó Messi, siendo este aún un muchacho que aspiraba a serlo todo en el Barça y resultó serlo todo en el fútbol. Y anoche aquella criatura que ahora es aspirante a ser como el rosarino de estos tiempos demostró que aquellas manos que lo lavaron en la primera bañera de su vida es ahora el más aventajado de aquellos que una vez creyeron que también podían ser como Messi.

Lamine Yamal, que así se llama la criatura, fue en la noche de Münich artífice de la victoria española en las seminales del torneo europeo frente a la armada invencible francesa, cuyo capitán, Mbappé, se dejó el genio en una alcancía de la mala suerte. Hizo de todo el genio francés, pero no acertó a hacer lo que se le envidia: marcar goles, y se fue de vacío a prepararse para ser pronto el principal delantero del Real Madrid.

Los franceses parecieron imbatibles nada más comenzar el encuentro, y de hecho se pusieron por delante, hasta que el muchacho que fue ungido por Messi para una fotografía benéfica que ahora ha sido divulgada como si fuera un hallazgo de museo, tomó las riendas de la inspiración, marcó un gol que encarriló el ánimo nacional español y luego hizo tanta diablura que parecía, en efecto, un trasunto del que durante años le dio al Barça la sensación de ser invencible.

Desde que entró a jugar en el primer equipo del Barça, Lamine ha sido primero un tímido transeúnte del área, que no ha desdeñado el trabajo en la defensa, como un obrero del área y un aspirante a estar cerca del marco contrario. Luego se ha comportado como si viniera del frío para explicar a los suyos, con dieciséis años, que jugar es mejor que mirar como juegan los mayores.

Casi infantil aún, se ganó el puesto con una impresionante inteligencia rítmica, porque no hay jugada de las suyas que no parezca concebida con la habilidad de un veterano.

Hace con el balón en el aire lo que le da la gana, y cuando lo tiene en el pie responde a una inspiración que parece circense, propia de antecesores como Di Stéfano, Cruyff o el muy citado Leo Messi.

Lionel Messi, un Lamine Yamal bebé y su mamá Sheila Ebana. Foto: APLionel Messi, un Lamine Yamal bebé y su mamá Sheila Ebana. Foto: AP

El suyo es un ensimismamiento que no desdeña el juego asociado, como el que ha mostrado el Messi de sus últimos años. Lamine ha empezado al revés que el astro argentino, pues centra y dibuja para otros, mientras que, en la época de mayor plenitud juvenil Messi se distinguió al hacer, con la pelota al pie, lo que le daba la real gana.

Por decirlo con viejas nomenclaturas, este sucesor de Messi, el niño al que el rosarino bañó una vez y que ha debido heredar su buena estrella, juega como si el campo estuviera lleno de sus clones y a todos ellos les centra balones que parecen dibujar en el aire la firma aun indecisa de la adolescencia.

No es extraño que le hayan dado en la noche del martes, como si lo bañaran de gloria, el premio al mejor jugador del partido que clasifica a España para jugar la final del torneo con Inglaterra o con Países Bajos, que se enfrentan esta noche.

Lamine aparece asustado o risueño en las fotos de aquella primera vez de su vida con Messi, posando en manos del que sería el mejor del mundo, para una exhibición benéfica organizada por el Barça. Ahora, un día antes de cumplir Lamine diecisiete años, ya se puede decir que el padrino ungió como el dios que sería al que quizá ya esté suficientemente preparado para aparecer, en los campos y en las fotografías, el digno sucesor de Messi, aquel talismán del fútbol… y de Lamine.



Fuente Clarin

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