Roger Federer, en su discurso ante un grupo de egresados de una universidad de Estados Unidos, reflejaba una gran verdad. «En el tenis se suele perder más de lo que se gana», dijo. Y con una luz meridiana dio números concretos de su prodigiosa carrera acompañados por algunos ejemplos. Contaba el suizo, uno de los mejores tenistas de todos los tiempos, que de todos los puntos que había jugado a lo largo de su carrera, sólo había ganado un poco más del 50 por ciento. Fue una forma de graficar que entre lo ganado y lo perdido en este deporte hay una asociación que es muy difícil de cotejar y que requiere de una lectura muy especial.
Es que si uno hurga en las carreras de muchos tenistas que dejaron huella se puede hablar de una muy linda historia y de un gran recorrido. Pero si se observan los números finos, tal vez, ese jugador pudo haber perdido algunos partidos más de los que ganó. Y no debe sorprender. Porque los legados en el tenis se construyen desde otra manera.
¿A qué viene todo esto? Es que muchas veces parece que el éxito ocurre de la noche a la mañana, pero en realidad es el producto de haber atravesado largos años de trabajo, de dedicación y de enorme sacrificio. Para muchos todo sucede súbitamente y casi como una cuestión del destino o un capricho del azar. Pero lejos está de ser así. Y si no vale preguntarle a Francisco Comesaña que vive una gran aventura en este Wimbledon.
Esta es su primera experiencia sobre césped. Antes de tener su bautismo en el All England Club había jugado en el ATP de Eastbourne, uno de los torneos que forma parte de la gira previa. Allí perdió en primera ronda. Fui testigo de ese partido. Fue su bautismo en una superficie que para él era totalmente desconocida y le costó muchísimo. De todas maneras, esa derrota simplemente le dio la información necesaria para tratar de trabajar contra reloj y llegar en la mejor sintonía posible a su primer gran torneo, ya que había logrado entrar al cuadro principal de un Grand Slam, algo que no había conseguido a lo largo de su carrera.
El sorteo le dio la posibilidad de enfrentarse a uno de los principales preclasificados del torneo -y de una enorme trayectoria- como es el ruso Andrey Rublev. Y él sintió que esa era una linda oportunidad. Era una buena situación para conocer una cancha linda, para jugar y mostrarse, para disfrutar y tener esa vivencia tan especial y tan particular. Pero también su habilidad, su talento y su enorme capacidad de adaptación le dieron la posibilidad de empezar a acomodarse muy rápidamente y aprovechar las situaciones que se le fueron presentando en ese primer partido. Ya la historia la sabemos, le ganó y dio la sorpresa del martes al vencer a Rublev en cuatro sets. Lo hizo jugando un tenis extraordinario y moviéndose como un experto.
Así, tras el bautismo triunfal, quedó en una muy buena situación porque en su siguiente compromiso debía enfrentar al australiano Adam Walton, 101° del ranking, y no dejaba de ser también una fantástica oportunidad para acceder a tercera ronda. Siempre es muy difícil volver un gran día después de uno de los mejores días de tu carrera. Lo cierto es que a Fran se le fue dando y terminó aprovechando la chance en un partido que fue dramático, pero a su vez fantásticamente bien jugado. El mundo del tenis, a la espera de su enfrentamiento con el italiano Lorenzo Musetti, descubre así nuevo jugador argentino capaz de ser protagonista en el circuito.
Yo les puedo contar que Fran Comesaña es dueño de una hermosa personalidad. Tiene una sonrisa fresca y una mirada muy expresiva, que a la vez revela su don de gente. Ante los tropezones y las duras lecciones que debió atravesar, siempre hubo una esperanza puesta en salir fortalecido y crecer.
Pero para tener buenos resultados se necesita mucho más que eso. Fran es poseedor de un muy buen servicio por la potencia y de un gran slice, por la variedad y por el uso que le da. Pero sobre todo porque lo maneja muy bien y es uno de los que ha logrado revalorizarlo como herramienta capaz de construir un punto.
Como tal vez pueden recordar melancólicamente los de generaciones pasadas, una mano sensible permite encontrar ese juego tan interesante y tan valioso para el césped que tiene que ver con variar los efectos para que la velocidad del pique sea distinta y así cambiarle los tiempos y el ritmo al adversario. Es algo que atenta directamente contra la regularidad y el bienestar de los impactos del que está del otro lado de la red.
Y en ese amplio repertorio de golpes, porque es un jugador que tiene un enorme talento, Fran encuentra un plus en la velocidad de traslados, en su condición física, en esa mano sensible que le permite pasar de una enorme aceleración a un drop o a tener que recurrir a la volea, pero siempre con una buena visión para elegir lo que corresponde en momentos en los cuales los tiempos apuran y los espacios se cierran.
Pero, por sobre todas las cosas, su gran mérito es la capacidad de adaptación. Así pasó, en cuestión de días, de tener una primera experiencia incómoda en Eastbourne a entender que tenía los recursos, los tiros y absolutamente todo para empezar a dominar el césped apoyado en su gran lectura de juego.
Todas esas cualidades también necesitan de una ingeniería, que en este caso está en las manos de Sebastián Gutiérrez, que es un excelente entrenador que entre tantas virtudes tiene la enorme capacidad de poder tempranamente detectar los atributos que muchas veces los tenistas no se dan cuenta que tienen. Dicho sea de paso, en los jugadores, esa empatía, esa confianza, esa seguridad, les da la posibilidad, en este caso a Fran Comesaña, de agrupar todas esas cualidades que a veces rebotan y chocan dentro de una cancha de tenis y hace que los resultados no terminen siendo los esperados.
Un gran acierto de Sebastián Gutiérrez, más allá de los planteos estratégicos tácticos para cada partido, fue apostar a la creencia del jugador, a hacerlo entender y ver que él puede perfectamente desenvolverse en el césped con una gran naturalidad y con una enorme capacidad.
Pero para eso debía estar absolutamente convencido. ¿Qué hizo el entrenador? Le pidió que se describiera cómo le gustaría verse jugar si él mirara un partido suyo por televisión. Fran hizo una clara descripción recurriendo a la utilización de su drive con velocidad, pero principalmente habló de su slice, de las subidas, de la frescura para moverse y de animarse a buscar los puntos. Se trataba de jugar y capitalizar este momento ganado con mucho esfuerzo sin traicionarse ni quedar preso de las tensiones.
Para ello se volvió a la misma pregunta: «¿Cómo te gustaría verte y cómo te gustaría que la gente te vea?» Y, en ese caso, fue el propio jugador el que entiende y ve la película de lo que quiere lograr. Y, cuando eso ocurre, se puede ganar y se puede perder, claro, pero la sensación es que el trabajo estuvo perfectamente realizado. Así transita este Wimbledon Fran Comesaña. Será un torneo que nunca olvidará. Ojalá siga poniendo su mano arriba de su cabeza, emulando una aleta de tiburón, para recordar a su Mar del Plata natal.