Lo que pasa en el Club Deportivo Godoy Cruz Antonio Tomba es mucho más grave que si algún comentarista lo menciona como Godoy, a secas, en una transmisión televisiva o radial. Este sábado 25 de mayo llovía en Mendoza, pero las tribunas del Malvinas Argentinas se agitaban al calor de una interna que terminó siendo más importante que el partido contra San Lorenzo, por la tercera fecha de la Liga Profesional, que finalmente fue suspendido por el árbitro Nazareno Arasa por incidentes dentro y fuera del estadio mundialista.
Son los siempre mencionados «incidentes provocados por un grupo de inadaptados», de los que -según se calcula con recurrencia-, ocupan una porción ínfima entre el «público genuino» del fútbol, el que no persigue la violencia. Lo concreto es que no son inadaptados y aunque, se los explique como extraterrestres, los barras son parte del público que se constituye en los estadios de fútbol de la Argentina.
Las barras están adaptadas a un sistema articulado por las diferentes carteras de Seguridad de las provincias y de la Nación. A todas las identifica un criterio que no distingue signo político. Quienes tengan prohibición de concurrencia, no ingresan a ningún estadio. Quienes no forman parte de ninguna lista negra son quienes negocian entradas a cambio de buen comportamiento y «la banda» abandona su carácter de «brava» y se convierten en «oficial».
La de este sábado fue una demostración de fuerza de un grupo de violentos que intenta tomar por la fuerza el poder de «Los Glorianos», la barra oficial controlada el clan Aguilera, un grupo de hermanos del barrio La Gloria de la capital provincial que tiene a dos de sus tres integrantes detrás de las rejas.
En abril de 2002, cuando el jefe de «La Banda del Expreso», Sandalio Arabel fue asesinado a balazos a metros del estadio Feliciano Gambarte, los Aguilera se metieron en la puja por la conducción de la barra. Desde entonces, tomaron el control de los negocios derivados de la tribuna. Reventa de entradas, explotación de puestos linderos (estacionamiento, parrillas, merchandising trucho y otras bocas de recaudación) y principalmente distribución de drogas.
Dos años después de ese golpe, Juan Carlos Aguilera, el más grande de los hermanos fue condenado a 17 años de cárcel por un asesinato. Tras recuperar la libertad, el Moncho se sumó a la barra que su hermano Diego, más conocido como el Rengo, comandó desde el principio.
La consumación del poder llegó con el primer ascenso del Tomba a la elite del fútbol argentino en 2006. El debut en la máxima categoría en tierra cuyana fue por la segunda fecha, ante Arsenal, y ese día Gabriel Favale dio el partido terminado el 1 a 1 por incidentes similares a los ocurridos en la noche del sábado. Pasaron 18 años y parece que nada cambió.
El Rengo es quien actualmente está tras las rejas. Cumple prisión efectiva por una causa de narcotráfico. Otro hermano, Walter -a quien le decían el «Asesino»-, murió en otro centro penitenciario y funcionaba como la mano derecha de la conducción.
La hermana, Carla -procesada y con libertad condicional-, recibe las indicaciones que salen desde la cárcel y lleva la voz a «Los Glorianos», que son leales a los Aguilera.
Sin embargo, según publica el periodista Pablo Segura en el Sitio Andino, el concubino de Carla, conocido como «El Gordo Ezequiel» tendría sus propias ambiciones como conductor, ante la acefalía forzada por las condenas en cumplimiento. Otra versión indica que el sector disidente lleva la misma sangre, que el Moncho es quien quiere ahora tomar las decisiones.
Independientemente de quien esté detrás de la facción que la Policía mendocina intentó frenar en el ingreso, la interna por la barra es sangrienta y se cuenta a los tiros. En esta disputa por el control de la tribuna del Tomba ya se cuentan ocho muertes en causas que se conectan por el mismo nexo: narcotráfico y paravalanchas.
La suspensión del partido fue una demostración de fuerza de una barra que quiere ser la oficial. Independientemente de las internas y los nombres propios, en el caso de «La Banda del Expreso» los que están fuera de la tribuna sienten que están más cerca del poder que El Rengo Aguilera, que todavía maneja todo a control remoto desde una celda de la prisión en Cacheuta.