Dicen que Estudiantes no tiene tiempo para festejar. Es que, anoche ganó el título de la Copa de la Liga Profesional en Santiago del Estero y ya tiene que viajar a Bolivia porque el jueves visita a The Strongest en la altura de La Paz por la Copa Libertadores. Sin embargo, más allá de la agenda apretada, el Pincha no para de celebrar: es que, en menos de seis meses acaba de levantar su segundo título. Por eso, una verdadera multitud copó la Plaza Moreno, con el marco de la Catedral Inmaculada Concepción de fondo, para gritar otra vez «campeón» tas la final que le ganó a Vélez en el Madre de Ciudades.
Pasadas las seis de la tarde, el colectivo con el plantel salió para sumarse al festejo con la gente. Pero se toparía con una multitud. Adentro, todo era fiesta. El Ruso Ascacibar se pintó la cabeza con los colores rojo y blanco. Lo mismo que Cetré, mientras Méndez hacía batucada. Enzo Pérez no se animó a tanto pero se sumó a los cánticos, golpeando el vidrio a puño cerrado y con la medalla colgando de su cuello. ¿Domínguez? No quiso invadir la intimidad de los jugadores, aunque se sumó al festejo de manera particular. Lo que no se imaginaban era la multitud que los esperaba en Plaza Moreno…
Si el miércoles 13 de diciembre (en realidad, el 14, porque el encuentro terminó cerca de la medianoche) la mitad de La Plata explotó por la obtención del torneo más federal del país, los festejos por la Copa de la Liga hacen recordar a los mejores momentos del Pincha. Es que, la gente se sacó las ganas con todo. Las imágenes aéreas son elocuentes: desde las 7 de la tarde, la intersección de las calles 50, 54, 12 y 14, donde se ubica la histórica plaza, explotan de gente.
«La historia de este club te atrapa», había dicho el Eduardo Domínguez en diciembre, tras ganar la Copa Argentina, y fue uno de los primeros en llegar. El DT no para de meterse en la historia: además de entender la mística del club, se anotó en una lista con Alejandro Sabella y Osvaldo Zubeldía como los únicos que ganaron dos torneos o más dirigiendo al equipo.
El yerno de Bianchi llegó a la plaza de manera particular, en su auto y con su esposa: «Se disfruta, como no se va a disfrutar, somos campeones del fútbol argentino. Cuando se logran las cosas hay que disfrutar, después organizaremos», dijo en Cielosports.
Por su parte, el colectivo de los jugadores se atrasó por la multitud que copaba la plaza. Cuando llegaron, ingresaron al Palacio Municipal para saludar a los hinchas desde los balcones y de frente a la Catedral.
Para ponerle más épica a la noche, antes de las nueve de la noche empezó a llover. La gente cantaba abajo, y en el Palacio, ahora los jugadores no se animaban a hablar: ni Sosa ni el Comandante Zuqui, que tomaron el mic en el Madre de Ciudades.
Finalmente fue Matías Mansilla, el héroe de la noche en los penales, el que se animó a hablar: con poca entonación, armó una arenga para su compañero Carrillo: «Olé, olé, olé, Guido, Guido…». Abajo, se encendieron decenas de bengalas blancas, en medio de paraguas con los colores del Pincha y el escudo de EDELP.
Después sí, habló el capitán Sosa: «No les quiero robar mucho tiempo, quiero que levantemos la copa todos juntos», subió el trofeo con sus dos brazos por encima de su cabeza y la multitud explotó al grito de «dale campeón…».
Abajo, la tradición pincha se veía reflejada un un sentimiento que atraviesa generaciones. Señores grandes, algunos que alcanzaron a ver todas las Libertadores, de Zubeldía a Sabella. Otros más jóvenes y muchos chiquitos en los hombros de sus padres. La fiesta parece interminable. Es que el Pincha, aunque parezca que no tenga tiempo, no para de festejar.