César Luis Menotti asomó su figura de «sauce» (alto, pelilargo, estilizado en la vestimenta, 32 años), allá por Parque Patricios. Como jugador tuvo un juego elegante, gran pegada, algo cansino. En Rosario Central, en Racing, en Boca, en Estados Unidos, en Brasil, con Pelé… lo había seguido al ‘gitano’ Miguel Ángel Juárez, en sus comienzos como entrenador en Newell´s. Tenía una idea fija cuando Luis Seijo lo contrató para Huracán en 1971: «Volver a las fuentes del fútbol argentino». Rescatar la historia de la Máquina de River, de Carlos Peucelle, de Pedernera, de Ernesto Grillo, de Sívori…Volver a creer en una escuela técnica, primero transformada -para mal- después del fracaso de la Selección en el Mundial de Suecia, en 1958, y luego confundida, con idas y vueltas en la década de los años 60′. Y se medió en la tarea.

Con un discurso claro, atrapante, reivindicador, mientras formaba un equipo a su gusto…Ese que en 1973 (el tenía 34 años) produjo una verdadera revolución futbolera en esta tierra. Era como despertar de una historia abrumada por los intentos de rectificaciones con exigencias tácticas importadas y severidades inútiles. «Si el fútbol es más fácil con buenos jugadores y con libertades para crear…si es importante la gambeta»… y el mensaje les llegó nítido a los jugadores.

Entonces, valía que todos lo entendieran. El Coco Basile (campeón Intercontinental con el Racing de José Pizzuti) como líder en el fondo de la defensa. Y luego la fiesta de René Houseman, el Loco, imparable, imprevisible. Y los talentos compartidos de Miguel Brindisi y Carlos Babington. ‘Fatiga’ Russo en el medio para controlar y Roque Avallay para concretar. Y fue campeón Huracán -por primera vez en el profesionalismo- después de desparramar goleadas con un fútbol de alto vuelo y quedarse con el plantel diezmado por los llamados de la Selección. La coronación fue el 16 de septiembre de 1973. Y las audaces palabras de César Menotti quedaron esculpidas en un hecho histórico para un club del fútbol argentino.

Y por eso David Bracuto, que ya era interventor en la AFA, lo llevó para la Selección. Un año después de aquel título. Con las mismas ideas renovadoras, el Flaco debutó como entrenador ante España (1 a 1). Tenía 35 años. Y después la historia se hizo muy conocida. Y se desató la gran polémica de las interpretaciones. Entre su idea madre «de jugar bien, con estilo argentino, para ganar» o las olas de los que «hay que ganar, como sea», como premisa. Tan simplista como imposible de explicar los modos.

Y así el Flaco condujo a su Selección al primer título mundial en 1978, en la cancha de River. Tenía 39 años. Y las ideas inamovibles. Nada que ver con la funesta dictadura que nos rodeaba a los argentinos. Y que achicó -por años- aquellos méritos mayúsculos de la consagración.

Siguió el Flaco su derrotero. Con las mismas convicciones. Con éxitos y frustraciones, la ley del fútbol. Pero sin desfigurar nunca el mensaje. Pasó por Boca, por River, por Independiente, por España, por Italia, por México, por Uruguay. «Claro, los partidos los ganan los jugadores». Pero los rendimientos colectivos tienen que ver con las orientaciones que se elaboran en la complicidad con el conductor externo. Y siguió dando pelea el Flaco Menotti. Hasta que Claudio Tapia, el presidente de la AFA, le dio el título honorífico de director de Selecciones Nacionales. Avaló el nombre del ignoto Lionel Scaloni -cuando casi nadie lo reconocía para tamaña responsabilidad- y alabó a su cuerpo técnico con Pablo Aimar, Walter Samuel y Roberto Fabián Ayala, silenciosos triunfadores. Sólo fueron conversaciones. Pero Argentina volvió a ser campeón mundial (con Messi, como lo había sido en 1986 con Maradona y Carlos Bilardo en la conducción) con su libreto, actualizado, con las velocidades de estos tiempos. Una cosa es segura, el Flaco Menotti fue el responsable de refundar el fútbol argentino. Simplemente «volviendo a las fuentes» que tanto pregonó. Sin exageraciones y con total convencimiento.



Fuente Clarin

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