Apretar las teclas rec y play delante de César Luis Menotti era como darle cuerda a un muñequito de esos que ya no existen. El Flaco hablaba y no paraba. El muñequito, caminaba, se movía, hacía morisquetas. Hasta que se le acaba la cuerda. Al Flaco nunca se le acababa la cuerda. Todo lo que había quedado registrado era como si se hubiera grabado la Enciclopedia Británica del fútbol. Estaba todo ahí. Lo mejor era cuando se apagaba el grabador. Y el Flaco seguía hablando.
-¿Por qué fumabas tanto?
Me lo dijo una tarde después de una entrevista para Clarín a propósito de la apertura de su Escuela para Directores Técnicos. Fue en su oficina de Carlos Pellegrini, apenas pasando Arroyo. Salimos a la calle. Seguíamos hablando. Prendí un cigarrillo. “¿Todavía fumás, boludo?”, me dijo y entonces puse cara de “¿qué querés que haga?” y le pregunté por qué el fumaba tanto.
Su respuesta fue la declaración más humana que le escuché después de tantos años de charla. La del hombre que no temía mostrar sus vergüenzas. La del hombre en estado puro. De Menotti uno puede tener cualquier imagen, menos la de un hombre que tiene miedo.
-Todavía tengo en casa el último paquete… A veces paso y lo miro y me dan unas ganas… pero digo “no seas boludo, César” y me pongo a hacer alguna cosa.
Esas cosas eran salir a caminar por el Parque Thays. Y a cenar los miércoles con un grupo al que no entraba cualquiera. Nunca fui a esas cenas. Ya le habían sacado el nódulo de un pulmón. Hablaba de su enfisema. Decía que estaba bien. Y estaba bien. Lúcido como siempre. Acido como siempre. Dispuesto al combate, como siempre.
Como cuando en plena dictadura firmó la solicitada pidiendo por publicación de los nombres y el paradero de los desaparecidos junto a Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Oscar Alende, Raúl Alfonsín, Hermenegildo Sábat y Ernesto Sabato, entre otros. Fue el único hombre del fútbol que puso el gancho a aquel texto que provocó tanta rabia a los militares que pidieron su cabeza. “Es el técnico de la Selección nacional, no puedo echarlo” lo defendió Grondona quien después, en la intimidad, le recriminó al Flaco su decisión: “A Borges no lo conoce nadie, vos sos Menotti”.
Lo mejor era cuando se acababa la cuerda. Cuando se apagaba el grabador. De todos los futbolistas que dirigió y enfrentó tenía tres debilidades: Maradona, Houseman y Pablito Aimar. Y un enorme cariño por otros, como el Kun Agüero, como recientemente lo declaró por Di María, con quien nunca habló. Siempre dejaba algunas sentencias irrefutables: “Tener la pelota no es una estrategia, es una necesidad. Ahora, si tengo la pelota y corren dos o otros, damos 20 pases y se la devolvemos al arquero para que tire un pelotazo, la tenencia no sirve para nada”. Cruyff decía lo mismo.
Como el Funes de Borges, se acordaba de todo.
-Yo te vi jugar en Central contra mi equipo (eso no se dice) una tarde que se postergó por lluvia…
-Si, empatamos 2-2, yo hice los dos goles. El arquero era (no se dice porque deschavo el equipo).
No transaba en casi nada. Y en lo que menos transaba era cuando hablaba de jugadores. “A Pelé sacalo, no lo compares con nadie”, me dijo cuando mencioné a Cruyff, Diego, Messi… “A Pelé sacalo”.
Lo mejor de hablar con el Flaco era hacer silencio. Lo mejor era escucharlo. No recuerdo una frase que no haya sido una enseñanza, una crítica atinada, un elogio justo, concepto del juego (y a veces, de la vida). Si hablaba el Flaco, mejor callarse.
¿Qué hacer ahora? Seguir aprendiendo desde el recuerdo, convivir con la ausencia. Una pena porque uno tiene ganas de hacer lo que dijo Miguel Hernández de su amigo Ramón Sijé: minar la tierra hasta encontrarlo, besarle la noble calavera, desamordazarlo y regresarlo. Porque “tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero”.