Meses después de la conquista del título de 1978, César Luis Menotti escribió “Cómo ganamos la Copa del Mundo”, una crónica de la organización de aquella Selección y cómo llegó al título. Fue publicado por Editorial Atlántida. Aquí reproducimos el capítulo de la jornada final con Holanda, cuando por primera vez en la historia, la Selección Argentina conquistaba el Mundial.

El día más grandioso

Esta vez quiero contar el viaje porque no tuvo nada que ver con los anteriores. Hasta que salimos todo era igual que siempre. Cada uno en su lugar respetando las cábalas. Luque adelante, junto al chofer. El mismo cassette ninguna novedad. Pero de pronto me di cuenta que la cantidad de gente esperando en las calles se había triplicado, era una multitud que no dejaba pasar al micro. Me entré a desesperar porque creí que no llegábamos a tiempo. Teníamos problemas médicos que requerían estar por lo menos cuarenta minutos antes. El doctor tenía que infiltrar a Ardiles en el tobillo, vendarle el dedo y atender a Luque, vendarle el brazo. Por suerte, el jefe de seguridad hizo un operativo bárbaro y nos llevaron por adentro de Campo de Mayo.

Cuando llegamos, estaba la Figueroa Alcorta embotellada, al final se hicieron las dos y diez. Nos movimos rápido y en definitiva fue mejor así porque se evitó la espera que provoca nervios. Casi no hubo tiempo para pensar en nada. Antes de salir a la cancha les volví a decir lo de siempre, les recordé que si no jugábamos, no ganábamos. Jugando también podíamos perder, pero por lo menos no íbamos a defraudar a la gente que esperaba vernos concluir el campeonato respetando la filosofía proclamada desde el primer día.

Algunos gritaron. Luque me emocionó, les dijo a los demás: “Muchachos, ahora cuando salgamos a la cancha miremos a las tribunas. Ahí está la gente que siempre creyó en nosotros. No podemos defraudarla, vamos a dejar la vida en este partido…”

Y también aproveché esos minutos para hablar con los dos wines. Primero con Ortiz y después con Bertoni.

“Para mí son fundamentales en el partido de hoy. Sin el aporte de ustedes en la recuperación de la pelota, el equipo queda dividido en dos”.

Menotti y su estampa en el Mundial 1978. Foto: ArchivoMenotti y su estampa en el Mundial 1978. Foto: Archivo

Durante el partido lo que más grité fue que achicaran los espacios y además que metieran tan fuerte como ellos. Le pedí varias veces a Passarella que subiera. Que relevara y se fuera permanentemente a ataque, cada tres o o cuatro jugadas. Eso era muy importante porque así se podía poner en práctica una jugada que nosotros teníamos muy ensayada. Cuando la pelota viene sobre el lateral, ya sea por Olguín o por Kempes, Daniel pasa al segundo palo y tiene posibilidades de llegada clara porque de arriba, mata. Y así le metimos dos que tendrían que haber sido goles seguros. En el entretiempo les dije que estábamos jugando bien atrás, que sólo debíamos corregir algunos defectos cuando la pelota venía de arriba. En el segundo tiempo hubo momentos de desesperación. Y acá me paro porque tengo que reconocer uno de mis errores.

Lo cometí en el banco. Estaba casi seguro de que Nanninga, ese grandote, iba a entrar en el segundo tiempo y por eso tendría que haber puesto a Killer de suplente para que lo tomara él. Pero, por un problema de marcadores de punta, porque Oviedo me juega en todos los puestos y porque debía prever la posibilidad de que se resintiera Ardiles, me quedaba sin volantes de creación. Y por otra pare no podía dejar de tener un delantero neto. Pero, igual pienso que me equivoqué. Si pongo a Killer cuando entra Nanninga, termina uno a cero no necesitábamos ir al suplementario…

Cuando terminó el partido salí gritando desde el banco y los noté muy bien física y anímicamente. Había unas ganas tremendas. Por las dudas, los incentivé todavía más…

“Vamos, que ellos están muertos Hay que salir del fondo, apretar la marca arriba. Aguantemos los pelotazos haciendo el offside. Ahora los pisamos, no pueden levantar las piernas. Ya no hacen más pressing, ni nada, cometen errores primarios, salen de a uno. Toquen que se vuelven locos. Si jugamos con categoría, asegurando la pelota, no podemos perder. Especialmente en la salida. Si a Passarella lo encima, salga usted Galván. Anticipe, toque y vaya a buscar…”

Y se dio, no por una cuestión física o estrictamente técnica, yo creo que por primera vez tuvimos más espacio Y a este equipo no se le puede dar esa ventaja. Además, no le hicimos cinco goles por milímetros, por fallas en la definición. Una jugada de Bertoni que se iba al gol, la de Houseman que también era gol si tira centro atrás, la de Luque que patea cuando sale el arquero… llegadas de área chica. A los cinco minutos del suplementario yo sabía que éramos campeones del mundo. Ni siquiera me preocupaba el empate porque estaba seguro que en el otro partido los aniquilábamos Porque ya le habíamos perdido el miedo, porque no tenían otras variantes y tampoco tienen creatividad para sorprender. Era mucho más difícil para el técnico de ellos resolver problemas de manejo y de habilidad que para mí de funcionamiento.

Después, no recuerdo nada más. Tengo imágenes sueltas, voces que todavía escucho. Un vértigo de palabras y de abrazos que me retumban en los oídos.

¡Campeones, Flaco, campeones!”.

“Esto es tuyo, César, es todo tuyo, te lo merecés”.

Olguín, que vino corriendo: ¡César, gracias por bancarme, gracias!”. Y lloraba, me abrazaba y lloraba como yo. Decía que yo lo banqué .¿Qué podía contestar en ese momento? Recién se lo aclaré en el vestuario:

Menotti abraza a Olguín. Foto: ArchivoMenotti abraza a Olguín. Foto: Archivo

“Escúcheme, Olguín, no diga más eso porque no es cierto. Usted está equivocado. Yo lo único que hice fue ayudarlo a que se tuviera fe. Bancar se banca a los troncos. Y usted no es ningún tronco, es un gran jugador, por eso lo llamé y por eso integró el equipo”.

Passarella lloraba, no me dijo nada. El abrazo de Luque fue desesperado, alcancé a escuchar a Kempes…

En el vestuario no hubo grandes festejos. Estaban doloridos y se hicieron las curaciones, Luque tenía una fisura en el tabique. Tarantini sangraba de la nariz. Era una masacre, sangre por todos lados. No había euforia, era serenidad. Como decir: ¡Por fin se terminó esto! Nos quedamos charlando, haciendo chistes. Se bañaron y seguíamos con las bromas…



Fuente Clarin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *