Ya está. Vélez es el campeón del fútbol argentino. Se terminó la angustia de cinco días para el olvido. El desahogo, la alegría, la emoción, la fiesta es tan grande como el temor que se adueñó de la gente desde el mismo momento en que perdió la final con Central Córdoba el miércoles en Santa Fe. Pero no, ahora la euforia es mucho mayor. Porque se quedó con el trofeo máximo del año, el que todos querían ganar pero se quedó en Liniers: el Torneo de la Liga Profesional de Fútbol 2024.
Más allá de los temores, los fortineros no dejaron un hueco en el José Amalfitani. Agotaron todo, las entradas de canje para las plateas. Las populares, la Este y la Oeste, se colmaron de socios. Igual las plateas Norte y Sur, bajas y altas. Por primera vez no se vendió ni una entrada. Hubo hinchas hasta en los pasillos. Las 50 mil almas no dejaron de alentar al equipo en ningún momento. Desde que se abrieron las puertas, casi tres horas antes, hasta que terminó la fiesta, pasadas largas las diez de la noche.
No es un año cualquiera para el mundo Vélez. El eslogan desde enero es “30 años de Gloria”, recordando la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental logradas en 1994. Hubo algunas celebraciones el 31 de agosto por la gesta en el Morumbí ante San Pablo pero una gran fiesta en el Amalfitani el 1 de diciembre, con el Virrey Carlos Bianchi y gran parte de los jugadores campeones del mundo, para recordar la victoria ante Milan. Ese día le ganó 1-0 a Sarmiento y el campeonato quedó al alcance de la mano.
La inyección anímica de los campeones no alcanzó. Por eso, este domingo la gente redobló la apuesta. Porque no es un rival cualquiera Huracán. Es aquel que lo privó de un campeonato en la última fecha del Metropolitano de 1971 y los veteranos lo recuerdan bien. Es también aquel del Clausura 2009. Antes del partido, la voz del estadio pidió un aplauso para los jugadores que estaban haciendo los ejercicios precompetitivos. Todo el estadio respondió al igual que los futuros campeones saludando. Después, habló José Luis Chilavert, el arquero líder del equipo multicampeón de Bianchi, y arengó a los hinchas con toda su impronta. Y también Maximiliano Moralez, autor del gol triunfo en la definición del 2009, tan polémico todavía para la gente del Globo. Por eso la alegría también es doble este domingo en el Amalfitani. Es un triunfo y este título no tiene manchas. No habrá lamentos rivales. Se lo quedó el mejor equipo del torneo y del año.
Los jugadores sabían que podían quedar en la historia del club y del fútbol argentino para siempre. Entonces, hubo un detalle que no pasó inadvertido antes del inicio. Los once titulares se pusieron en círculo, abrazados, durante un minuto. Alguien habló, alguien arengó, todos sellaron un pacto. Se prometieron el título. Para ellos, para la gente. Cumplieron.
Ahora, mientras los jugadores esperan la entrega de las medallas, mientras retumban los fuegos artificiales, mientras los hinchas siguen cantando, se abrazan los padres y las madres con sus hijos y sus hijas, los hermanos, los amigos de toda la vida con V de Vélez, todo lo malo quedó en el recuerdo. Ese 2023 fatídico, luchando por no perder la categoría, a la que pertenece desde 1944 y que lo tiene como el club, después de Boca, con mayor continuidad en la Primera División.
También el arranque malísimo de 2024. El pobre empate con Barracas Central, la derrota con Independiente y esa goleada ante River que fue como un puñal. “Me dio vergüenza”, dijo el técnico Gustavo Quinteros. A todos los hinchas de Vélez les dio vergüenza y temían un año peor que el anterior. Y después, el escándalo en Tucumán, los cuatro jugadores acusados de abuso sexual por una periodista. El barco se hundía. Y el capitán, el entrenador, logró enderezar el rumbo. Y llegaron los alegrías, la clasificación a los cuartos de final de la Copa de la Liga ante Godoy Cruz con 10 hombres, el empate y pase por penales a la final ante Argentinos también con uno menos, y la final perdida con Estudiantes por penales, con esa sanción de haber sido el mejor de los dos.
La ilusión se renovó en la Liga tras la Copa América y una racha de victorias que lo llevó a lo más alto. Y otra vez las penurias, los empates, la falta de gol, los rumores de quiebre interno y la pelea en la platea de la cancha de Unión entre familiares, allegados y jugadores con algunos hinchas. Ahora que el equipo está dando la vuelta olímpica en el José Amalfitani, la undécima de Liga, la 17a. de su historia, todo quedó atrás.
Adelante está la gloria. Está el primero en ser un gran club. Está don Pepe, aquel dirigente ejemplar, el que se hizo cargo del club allá por 1940, en el único descenso de la historia, aquel que dijo que el cemento era mudo pero elocuente, que cada chico ganado a la calle era como un título. Adelante está Raúl Gámez, el dirigente que apostó a dar el salto grande en los 90, el que pagó mejor a sus jugadores y no se los vendió a los clubes más grandes, el que consiguió el pago como un grande del reparto de la TV, y que ahora, con 80 años cuestas, festeja como un hincha más y recibe el respeto y el afecto de todos.
Adelante están los viejos hinchas de Vélez, los que esperaron años y años por un título nuevo después del Nacional 68. Los de la generación intermedia, que ya peinan canas también, que disfrutaron los 90 como pocos, los títulos locales e internacionales, y los más jóvenes, que se acostumbraron a las mieles del triunfo en la era Gareca y esta década sin títulos parecía una eternidad. Y ahora le llegó el turno a los más chicos, adolescentes, que llevan el escudo de Vélez no sólo en la camiseta sino tatuado en la piel, bien cerca del corazón. Todas las generaciones reunidas en un nuevo título. Multiplicados como los panes y los peces antes del año cero, a escasos nueve días de una nueva Navidad.
“Gracias por hacerme de Vélez” recibe el amigo en un mensajito de WhatsApp y se replica en miles de celulares. Gracias le dice la hija al padre, el hijo a la madre, la nieta al abuelo, el nieto a la abuela, el sobrino a la tía, la sobrina al tío, y el vecino al vecino, amigos de toda la vida. Así miles de historia que hay no sólo ya en Villa Luro, donde empezó todo, en Liniers, en Versalles, en Mataderos, en Floresta, en Ciudadela, en Ramos Mejía y en todo el Oeste y más allá también. La marea azul creció en los noventa y hoy festejan en todos los rincones del país. Y cantan una vez más y bien fuerte: “Dale campeón, dale campeón”.